A la búsqueda de un diálogo más fluido entre arquitectura y paisaje

Tras ganar el premio Pritzker de arquitectura con el estudio RCR, Carme Pigem reflexiona sobre la relación entre ciudades y naturaleza

“Sí, parecemos una banda de jazz”, ríe Carme Pigem, quien junto con sus socios Rafael Aranda y Ramon Vilalta (a su vez marido de Pigem) ha ganado el Premio Pritzker 2017, el máximo galardón en el mundo de la arquitectura. Se suele decir que este es el Nobel de esta profesión, aunque más exacto sería compararlo con el de Literatura, ya que el Pritzker no distingue a un descubrimiento o un logro, sino a una trayectoria.

La senda profesional de estos arquitectos comenzó en 1988, cuando se licenciaron en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura del Vallès (UPC) y regresaron a su Olot natal, una tranquila ciudad de 34.000 habitantes en la comarca de La Garrotxa, para fundar el estudio RCR. La denominación es un acrónimo de sus nombres de pila, un dato clave que habla de la familiaridad y sintonía que impera entre ellos desde que eran estudiantes.

Como esas bandas de jazz que basta una mirada para entender el ritmo y la armonía de la melodía, así trabajan en el estudio RCR. “El jazz se basa en la improvisación, la energía. Cada uno sigue un tema y otro lo continúa. No es que haya improvisación en la arquitectura, pero sí en el proceso creativo”, describe Pigem a Cerodosbé.

En esta forma de trabajo pseudo musical “ninguno tiene asumido ningún papel a priori”, y esta unidad profesional les ha llevado a crear un estilo personal que juega al diálogo con el paisaje, “porque la naturaleza es una fuente de creación inagotable”, apunta Pigem.

La importancia del paisaje en la creación

Este ha sido uno de los puntos que ha destacado el jurado del Pritzker: “el respeto por lo existente y la convivencia entre lo local y lo universal”, dice el fallo, que resalta que las creaciones de RCR “unen el paisaje y la arquitectura para crear edificios que están íntimamente conectados con el tiempo y el espacio”.

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La cocina española de élite suele recurrir a ingredientes de las fincas cercanas para presentar platos que pueden dar la vuelta al mundo. Una analogía similar es la que usa el estudio RCR para sus trabajos: “tenemos una relación muy fuerte con el entorno, estamos en una zona de fuerzas telúricas por los volcanes. La naturaleza no se agota nunca, si sales ves cómo cambia el paisaje, cómo pasa la luz entre los árboles, de qué manera el hombre ha modificado el paisaje con sembrados y pequeñas construcciones. Tenemos un repertorio que no se acaba”, describe.

Este ideario se plasma, por ejemplo, en el uso de volúmenes sencillos para sus obras, con estructuras de piedra sin desbastar, hormigón visto o superficies de vidrio que se mimetizan con el entorno, tal como en el restaurante Les Cols (Olot) o las bodegas Bell-Lloc. O en la utilización de grandes planchas de acero oxidado, como en el Museo Soulages (Rodez), que logran que el revestimiento exterior se confunda con la tierra.

Las ciudades deberían recuperar el diálogo con la naturaleza

Este diálogo con el paisaje es lo que Pigen cree que deberían recuperar Madrid y Barcelona. Para la arquitecta, “Madrid siempre ha tenido una arquitectura más institucional, mientras que Barcelona ha tenido un rumbo diferente, ya sea por el ensanche que realizó (Idelfonso) Cerdà como por estar cerca del mar. Tanto en una como en otra se nota cómo ha influido el paisaje”.

Y así se ve en la actualidad: la amplia meseta castellana permite que Madrid pueda expandirse por todos los puntos cardinales, mientras que Barcelona ha recuperado su relación con el mar, pero se encuentra encorsetada por la sierra.

“Las dos ciudades deberían potenciar más su relación con la naturaleza. En un laboratorio, hace muchos años, dijimos que la ciudad contemporánea era aquella que empezaba donde continuaba el paisaje. Y esto sigue vigente”, dice Pigem.

La otra cara de la globalización

Tanto Madrid como Barcelona, así como las ciudades más importantes del mundo, corren el riesgo de perder su identidad por la globalización, o más exactamente, “por la uniformización”, analiza la arquitecta. Las grandes urbes buscan la firma de los arquitectos más famosos, que diseñan torres de cristal u otras construcciones que podrían colocarse en Nueva York, Tokio, Kuala Lumpur o Estambul.

“Cada persona, cada lugar, cada ciudad tiene que tener su propia idiosincrasia, su manera de expresarse. Cuando viajabas, encontrabas cosas que sólo podías descubrir en un lugar, ahora las ciudades se parecen cada vez más. Cada edificio, cada ciudad tiene que tener su manera de dialogar con la cultura, con el clima, con el paisaje. Eso significa que pertenece a un lugar, pero que también le está hablando al mundo. Aunque no hable su idioma, no por eso voy a dejar de conocerlo y amarlo”, reflexiona la ganadora del Pritzker.

a.
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