Cinco bares de Madrid donde no pasa el tiempo

Madrid no se puede entender sin sus bares. Algunos, con más de un siglo a cuestas, sobreviven a las avanzadas modernistas y conservan su espíritu barrial

Cada bar es un microcosmos de personajes urbanos, donde conviven rutinas y sorpresas, situaciones agradables, chocantes, indiferentes y rompedoras. E historias, muchas historias. Eso se refleja en el libro El Bar, el cual incluye reseñas de 45 bares clásicos y míticos de Madrid. Escrito por Mario Suárez y con fotografías de Javier Sánchez, esta obra abunda en anécdotas, reflexiones y recuerdos de actores, escritores y personalidades del mundo de la cultura que recuerdan su bar favorito.

La gran mayoría de ellos pertenecen a los barrios y zonas con personalidad más marcada de la capital española, como Huertas, Sol, La Latina, Malasaña, Chueca, Gran Vía, Lavapiés, Atocha y Antón Martín. Veamos cinco ejemplos de bares antológicos.

5 Casa Labra -- Pablo Iglesias tenía buen gusto

Tras pasar su fachada con portones de madera, los amantes de la historia política verán el ambiente en el que el 2 de mayo de 1879, Pablo Iglesias fundó el PSOE con otros 20 compañeros.
A pocos metros de la Puerta del Sol (Tetuán, 12), este bar que abrió sus puertas en 1860 es uno de los más antiguos de Madrid, donde siempre han brillado sus famosos bocados de bacalao frito. No en vano, cada día las filas de turistas –y muchos lugareños- esperan estoicos a que comiencen a despacharse al público.
Su posición estratégica hizo que este bar fuera el punto final de muchas de las manifestaciones antifranquistas en los años 70, así como de varias obreras en los 80, que terminaban en su salón entre vermú, cerveza y cortezas de cerdo.
Si bien hay mesas para sentarse, la costumbre manda que se debe comer de pie, pidiendo por un lado la comida y por otro la bebida, como hicieron siempre sus taberneros. Si se quiere algo más relajado, y debatir sobre cómo arreglar el mundo, se pueden pedir platos de cuchara en las mesas y degustar los tacos de atún y las croquetas de bacalao.

4 La Fontana de Oro -- Recuerdos de Pérez Galdós

Primero fue fonda y luego café, abierto a finales del siglo XVIII. Benito Pérez Galdós la usó como fuente de inspiración para su novela llamada –precisamente- La Fontana de Oro (1870), donde exhibía una precisa radiografía del costumbrismo madrileño del último tercio del siglo XIX.
Cuando esta esquina (Victoria, 1) también era compartida por el Hotel de Monier, en 1846, por aquí pasó varias temporadas Alejandro Dumas –donde una placa lo certifica-.
Los diplomáticos que solían acercarse a tomar un café y cruzar informaciones más o menos secretas llevó a que se rebautice como Fonda de los Embajadores; hasta que en las últimas décadas ha cambiado su estética para apostar por presentarse como un pub irlandés, con una barra de madera decorada con cerámicos alegóricos y una abundante selección de destilados nacionales e importados.

3 Lhardy -- El bar secreto de los reyes

La leyenda urbana dice que Isabel II se escapaba del palacio para comer en Lhardy (carrera de San Jerónimo, 8), una tradición que después adoptó Alfonso XII. Su fachada de caoba de Cuba encierra tres salones: el Isabelino, el Blanco y el Salón Japonés, que aún conservan los revestimientos de papel pintado y que se mencionan en las obras de Benito Pérez Galdós, Azorín y Mariano de Cavia.
Este fue el primer local de Madrid donde se podían hacer reservas telefónicas. Estamos hablando de 1885, cuando solo había 49 abonados en la capital. También fue pionero en dejar entrar a las señoras sin compañía de caballeros; y quizás aquí haya pasado un rato en soledad Mata Hari, que fue detenida después de comer en este bar, camino del hotel Palace.

2 Museo Chicote -- El favorito de los famosos

Este es uno de esos bares favoritos por las celebridades, y sus propietarios se han encargado de resaltarlo en el mosaico de fotografías que ilustran sus paredes. Sus sillones de escay verde se mantienen casi iguales que cuando abrió en 1931.
Y este es otro lugar con leyendas: a mediados de los años ’50, una famosa pareja usaba un túnel que conectaba al Bar Chicote (Gran Vía, 12) con el vecino bar Cock para sus encuentros seudo clandestinos. Se trataba de Ava Gardner y el torero Luis Miguel Dominguín.
El cineasta Luis Buñuel era aficionado al dry martini del Chicote, que pedía como «unas lágrimas de vermú en un océano de ginebra», según comentan. Le gustaba tanto que el director decía que esta era la Capilla Sixtina de esta bebida. Pero tampoco hay que olvidar de los ‘negronis’, el cóctel que siempre pedía Sofía Loren cuando visitaba Madrid.

1 Bodega de la Ardosa -- De bodega de pueblo a cervecería internacional

Fue por 1892 cuando Rafael Fernández Bagarea, un joven de Toledo, abrió esta bodega para despachar el vino que traía de su finca cercana al pueblo de Consuegra –famoso por sus molinos quijotescos-.
El local de Colón 13 es el hermano mayor de cuatro bodegas del mismo nombre, y aún conserva su fachada de rojo intenso. Es el color del vino, un santo y seña para que la población analfabeta pudiera detectar que allí se despachaban bebidas alcohólicas.
Todo cambió cuando en la década de los ’80, cuando la bodega pasó a ser una cervecería, y se convirtió en el primer bar español que servía marcas extranjeras como Guinness o Budweiser. “La Ardosa ha creado una ecléctica mezcla de bar centenario madrileño y añejo pub inglés, donde se bebe más cerveza que vino o vermú”, dice Mario Suárez. Y aquí no se puede olvidar su legendaria tortilla de patatas, así como el salmorejo, las croquetas caseras de cabrales, y las alcachofas a la parrilla.

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