Cuando Iberia volaba con código morse y a 400 km/h

Tres pilotos de Iberia recuerdan cómo sus padres y sus abuelos cruzaron por primera vez el Atlántico en el primer vuelo de Iberia a América

Unos 40 tripulantes viajaban en una pequeña aeronave con tres motores que medía la mitad de los actuales Airbus 330/200 cruzaban por primera vez el Atlántico desde España. Fue el primer vuelo intercontinental de Iberia y despegó de Madrid el 22 de septiembre de 1946, hace 70 años, rumbo a Buenos Aires.  

En aquel vuelo, como muchos de los que le siguieron, los pasajeros no sólo tenían que pesar su equipaje sino también se tenían que pesar ellos mismos. Cada kilo era importante para no exceder la capacidad de la pequeña aeronave que volaba a unos 4.500 metros de altura y que apenas alcanzaba los 400 kilómetros por hora, es decir, la mitad de la velocidad actual.

“El vuelo duró 33 horas e hizo escalas en Villa Cisneros (Sahara Occidental), Natal y Río de Janeiro (Brasil) antes de aterrizar definitivamente en Buenos Aires. Volar en aquella época no tiene nada que ver con lo que es ahora. Sólo había comunicación con código morse y en línea recta con la torre de control. En el resto del trayecto, estabas sólo tú, el cielo y el océano”, explica Lisardo Pérez, también piloto de Iberia e hijo de uno de los tres pilotos que cruzó el Atlántico por primera vez en esa aerolínea.  

Los primeros aviones que unieron España con Latinoamérica volaban a la mitad de altura de los actuales

En aquella época, los pilotos requerían mucha más destreza y hasta intuición. Al tocar tierra, por primera vez en Brasil, el padre de Lisardo celebró que había llegado a destino sin equivocaciones. Entonces las tripulaciones estaban compuestas también por un radiotelegrafista y por un mecánico de vuelo, encargado de los sistemas de aire acondicionado y del trasvase de combustible, entre otras tareas.

Los primeros aviones que unieron España con Latinoamérica volaban a la mitad de altura de los actuales. Al viajar a tan bajo, el trayecto podía convertirse en una pesadilla.

“Con esa altura, te comías todas las nubes y tormentas del Atlántico. No había manera de prever las turbulencias y había que atravesarlo tan bien como se pudiese”, explica Ángel Pérez, también piloto e hijo del primer capitán que voló hace 70 años a Buenos Aires.

“Nada puede igualar la felicidad que me da ser piloto porque puedo ver todo desde arriba, como lo hace Dios”, recordaba uno de los pilotos

El coste de los primeros pasajes superaba ligeramente las 7.000 pesetas y las tripulaciones eran dobles. Se hacían varios turnos de descanso en los que los pilotos y sus asistentes dormían en literas detrás de la cabina.

“Entonces no habían restricciones horarias y los pilotos trabajaban muchas más horas que ahora”, explica Darío Pombo, nieto de otro de los pilotos de Iberia de aquel vuelo inaugural.

Pilotos y descendientes de pilotos, admiran la capacidad de aquellos profesionales que dirigían los aviones casi sin ayuda y que hasta se podían llegar a sentir minúsculos ante la inmensidad del cierro y la tierra. Veían muy pocos días en casa a sus padres, que estaban entregados por completo a su profesión. El padre de los hermanos Pérez siempre lo dejó claro. “Nada puede igualar la felicidad que me da ser piloto porque puedo ver todo desde arriba, como lo hace Dios”. 

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