Del boom inmobiliario a la crisis turística de la Barceloneta

Si el tocho contagió la subida de sueldos entre los trabajadores menos formados, ahora los apartamentos turísticos suben los precios de los alquileres; el problema no está, evidentemente, en que sean legales o no.

La Barceloneta y Ciutat Vella son los dos barrios más castigados por el turismo en Barcelona, y por eso han protagonizado protestas en defensa de su entorno y sus condiciones de vida. Son los primeros síntomas de un problema de grandes dimensiones que empieza a emerger: las consecuencias del boom turístico que vive toda España en general, pero Barcelona de forma particular.

Lo más sorprendente de lo que está ocurriendo es el silencio, la incomparecencia, de los responsables de turismo de la Administración catalana, que han dejado sola a la inoperante alcaldía de Barcelona. La cuestión afecta a la ciudad muy directamente, está claro, pero tiene un calado mucho más profundo. Y la Generalitat a través de la consejería de Empresa y Ocupación tiene las competencias en materia turística.

Cuando empezó la crisis todo el mundo dijo que el estallido de la burbuja inmobiliaria estaba cantado desde hacía años y acusó al Gobierno, a los gobiernos, de no haber hecho nada para evitar el crecimiento desbocado del sector. Al contrario, lo alentaron. De la misma forma que la construcción tiró de la economía española, ahora es el turismo el que ha tomado el relevo, por encima de la exportación. Son dos sectores con muchísimos paralelismos, además de estar muy relacionados entre sí.

Paralelismos con el boom inmobiliario

El llamado tocho llegó a pesar el 18% del PIB español en 2007, el último año de la década prodigiosa, mientras generaba el 13% del empleo total. El turismo aporta ahora el 10% de la riqueza española, el 7% de la catalana y el 15% de la barcelonesa. En términos de empleo fue el más dinámico el año pasado y también lo está siendo en el 2014. Tanto uno como otro son intensivos en mano de obra, por lo que los gobiernos son reacios a aplicar medidas que puedan frenar su crecimiento; además son opacos tanto con Hacienda como con la Seguridad Social. También son invasivos respecto de otras actividades.

Si el tocho contagió la subida de sueldos entre los trabajadores menos formados, ahora los apartamentos turísticos suben los precios de los alquileres. Las protestas de los vecinos son una evidencia de que Barcelona está saturada, como les pasa a otras capitales. La ciudad recibió 7,5 millones de visitas el año pasado, pero los hoteleros se han fijado el objetivo de llegar a los diez millones. Es cierto que a París la visitan más de 15 millones personas al año y a Londres 17 millones, aunque no son ciudades comparables en cuanto a sus dimensiones y su capacidad de absorción de población flotante.

Escenarios de cartón

Vista cómo está Barcelona no parece fácil que pueda digerir un 35% más de turistas. Y el problema no está, evidentemente, en que los apartamentos turísticos sean legales o no. Los huéspedes que incordian a sus vecinos, beben en exceso o van a la tienda desnudos ignoran si su casero tiene los papeles en regla. Lo que ocurre es que la oferta de Barcelona atrae a ese tipo de turistas low cost. Sucede en otras ciudades europeas.

El Ayuntamiento de Barcelona tiene la obligación de regular la actividad turística, pero es evidente que el problema le supera. El Govern debería tener una política industrial para este sector y aplicarla. No se entiende que las quejas de unos barrios tan castigados por un fenómeno que los ha transformado en escenarios de cartón piedra sean ignoradas por la Generalitat. El día que los países competidores recuperen la estabilidad y se lleven a parte de los rusos y británicos que ahora vienen a España, habrá que ver qué hacemos con el parque de atracciones en que se habrá convertido Barcelona.

a.
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