La Quebrada, la otra cara de Acapulco

Los clavadistas saltan desde acantilados de 45 metros a la espera de una ola que les evite el golpe contra las rocas

Aquellos que sostienen que Acapulco es el Benidorm de la costa pacífica mexicana deben visitar La Quebrada. Alejado de la imponente bahía de la mayor ciudad del Estado de Guerrero, es el acantilado en el que los jóvenes acapulqueños desafían a la lógica desde hace más de 80 años. Lo que comenzó como un juego entre pescadores se ha transmitido de generación en generación y a día de hoy deja sin aliento hasta al turista más viajado.

El ritual siempre es el mismo: silencio, de rodillas ante la Virgen de Guadalupe, tensión del público in crescendo, en posición, esperar, esperar, esperar, tensión desbocada, vislumbrar la ola  que hará subir la marea, esperarla, salto, 90 kilómetros por hora, agua. No un salto cualquiera. Es un salto de los que sirve para ser finalista de las competiciones internacionales de Red Bull y soñar con los Juegos Olímpicos.

La altura que separa lo alto del acantilado desde el fondo del mar supera los 45 metros. De ahí, unos centímetros pueden marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso del salto. La importancia de aguardar una ola que eleve la profundidad desde los tres a cuatro metros es vital para evitar lesiones. Las más frecuentes: hombros dislocados, desprendimientos de retina y roturas de tímpanos.

Pese a repetirlo hasta la extenuación, el temor siempre aparece, por mucho que la Virgen de Guadalupe los proteja. “Siempre hay miedo, por mucho que hayas saltado miles de veces”, nos explica Giovanni Vargas (en la imagen inferior), con más de una década de adrenalina y un tímpano roto a la espalda. “El entrenamiento no es sólo físico, en los clavadistas hay mucho ejercicio mental”, desvela. Primero se salta con la cabeza, luego con el cuerpo.

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Vargas se inició a los 12 años. Desde mucho antes ya había empezado a saltar desde alturas inferiores. Hoy forma parte de la cooperativa de medio centenar de personas formada desde el primer aprendiz hasta el gestor del espacio, por el que pagan un alquiler al Gobierno Federal. Todos han sentido alguna vez el vértigo de La Quebrada. Suyo ha sido el mayor éxito reciente producido en la bahía: un quinto puesto en el Campeonato Mundial de Red Bull de la especialidad.

Pese ha presumir de un brillante iPhone entre las manos mientras nos atiende está lejos de ser una superestrella: cobra un salario base obtenido de las entradas que pagan los asistentes. El precio es de unos 2 euros, a no ser que quieras disfrutar de los saltos desde alguna de las embarcaciones que se alquilan en la ciudad. Al acabar, esperan a los visitantes para sacarse fotos y, por qué no decirlo, sacarse jugosas propinas.

Sobran dedos en una mano para contar el número de clavadistas féminas; al saltador sólo le vienen dos a la mente. La última de ellas se retiró hará alrededor de un lustro, magullada ante la exigencia física del deporte extremo. Era Iris Álvarez, todavía recordada en el lugar.

Tras el salto, Vargas se va por dónde ha llegado: un paseo en el que, como si de Hollywood se tratase, lucen grabados nombres como Elizabeth Taylor, Frank SinatraJohnny Westmuller. Los responsables de situar a Acapulco en el panorama turístico mundial.

¿Dónde comer?

Becco al mare (Avenida Escenica,14): La comida es correcta, un buen lugar para probar el pescado y el marisco de la región. De inspiración italiana, lo que más destaca del lugar son las impactantes vistas sobre la bahía de Acapulco desde la misma mesa. Ya ni hablar de la panorámica que se obtiene en la terraza.

Los Tarascos (Calle Cristobal Colon 390): No es el descubrimiento del siglo, pues el restaurante pertenece a una cadena que suma más de 30 locales repartidos por todo México. Sin embargo, los habitantes del lugar aseguran que en Los Tarascos se comen unos tacos más que recomendables.

a.
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