Viaje a la Rusia más profunda

En 'El Delirio Blanco' Jacek Hugo-Bader emprende –en invierno- un viaje de 13.000 kilómetros para explorar la vida y el alma de los pueblos rusos

Cuando se contempla un planisferio mundial, la desproporcionada extensión de Rusia proporciona varios interrogantes. ¿Qué hay en esas gigantescas tundras y taigas? Uno asocia a Moscú con la Plaza Roja, a San Petersburgo con el Hermitage, pero a unos 1.400 kilómetros, tras cruzar los Urales, se extiende una terra incógnita para los ojos europeos, un territorio de miles de kilómetros con muy pocas referencias, más que el frío, la soledad y los bosques. Siberia, la Rusia profunda, sigue siendo un inquietante imán para muchos viajeros.

Uno de ellos es el periodista polaco Jacek Hugo-Bader. Por su lugar de nacimiento, se lo ha comparado con el gran Ryszard Kapuściński, quien en Imperio buscó reflejar el alma de los rusos mientras recorría las estepas en un viaje de una semana a bordo del Transiberiano.

Pero hasta aquí llegan las similitudes, porque Hugo-Bader en El Delirio Blanco (Editorial Dioptrías) emprende un viaje desde Moscú a Vladivostok, en el extremo oriental de Rusia, para mostrar la cara B de este pueblo; un recorrido donde la desolación convive con la fascinación por las etnias que sobreviven ante un clima extremo hostil, y ante otros enemigos que merodean como los lobos en la taiga, desde la corrupción hasta el alcoholismo.

La intención de Hugo-Bader fue seguir los pasos de Mijaíl Vasíliev y Serguéi Gúschev, dos reporteros del diario oficial Pradva que en 1957 les encargaron que retrataran cómo sería la Unión Soviética de 2007. Viajaron miles de kilómetros por su país, y por supuesto, en pleno éxtasis del post estalinismo estos periodistas-propagandistas vaticinaron que los viajes espaciales estarían a la orden del día, que los coches volarían por los aires y el frío sería un incómodo recuerdo de otras generaciones. Sin embargo, como Isaac Asimov, no estuvieron tan desentonados y acertaron con productos similares a la actual Internet o las pantallas planas de TV.

Pero de que Sibería sería una tierra de promisión, no hay ni hubo rastros.

hugo bader

A Hugo-Bader no se le ocurre mejor idea que recorrer los 13.000 kilómetros de Moscú al Pacífico en un 4×4 que tiene el mismo diseño de hace décadas. Y encima en invierno.

El libro comienza con una serie de consejos de supervivencia para conducir o dormir en el vehículo cuando hace 30 bajo cero y es de noche; y a partir de allí, va presentando una sorprendente galería de personajes, gente dura, curtida por los vientos glaciales y donde el alcohol es un látigo que rompe almas y familias.

La ideología comunista se desvaneció por los bosques, y en la Rusia profunda fue reemplazada por misticismo, desazón y chamanismo. En su derrotero de cuatro meses, este periodista se topa con los últimos hippies que esquivaron el destierro a los gulags, con nostálgicos de la prepotencia soviética en la Guerra Fría, un Jesucristo ruso que alardea que tiene más de 100.000 seguidores, un jinete que pretende unir la capital rusa con Beijing a caballo, y entrevista a Mikhail Kalashnikov, el inventor de la arma más mortífera de la historia moderna que a sus 88 años está orgulloso de su creación.

delirio blanco portada

Hugo-Bader sobrevive y lo cuenta. Se salva de morir congelado, cumple con el ritual de sobornar a los policías siberianos, sale airoso de la frenética forma de conducir rusa (“un microsegundo es el tiempo que pasa entre que el semáforo se pone en ámbar y el de atrás se pone a pitar”, dice), que causa tantas muertes como en toda la Unión Europea (y eso que la UE tiene seis veces más coches).

No es un libro de viajes usual, donde el viajero contempla los paisajes desde un moderno coche o un lujoso vagón de tren. En El Delirio Blanco los rusos, sobre todo los que no son eslavos sino de etnias asiáticas, se presentan bajo la pluma de Hugo-Bader como un pueblo que sólo tiene una meta: sobrevivir.

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