Así es La Candelaria, la cuna de Bogotá

En el barrio de La Candelaria se concentran los casi cinco siglos de historia de la capital de Colombia

A los pies de uno de sus cerros orientales, el de Monserrate, tan alto que roza las estrellas, se asienta La Candelaria, el centro histórico de Bogotá. Monumentos, museos y centros culturales se esparcen por sus elocuentes calles -Embudo, Agonía, Fatiga, Suspiro y Afán- y proponen un paseo entre coloridas casas coloniales, edificios de aires franceses y hasta un café que dio a luz a un equipo de fútbol local.

Barrio y punto de partida

De primeras Bogotá es decadente, de ambiente empobrecido y desigual. Un potaje de edificios coloniales, republicanos y contemporáneos de fachadas ennegrecidas, deterioradas y desvencijadas. Imagen que choca con el orden cartesiano sobre el que se asienta su entramado urbano, trazado con escuadra y cartabón.

No hace falta GPS para recorre Bogotá: basta saber dónde se cruzan calles y carreras para orientarse

No hace falta GPS para adivinarla, basta con saber dónde se cruzan una carrera con una calle para orientarse. Las primeras corren paralelas a las montañas, de norte a sur, las segundas lo hacen de este a oeste y cortan de manera perpendicular a las carreras. Por nombres llevan números, excepto algunas de sus principales avenidas, bautizadas como Caracas y Gonzalo Jiménez de Quesada.

Plaza BoliÌvar, BogotaÌ. Foto Getty Images

La plaza BoliÌvar es el epicentro de La Candelaria. Foto: Getty Images.

El epicentro de La Candelaria es la plaza Bolívar. En ella se alza la catedral Primada, en cuyo interior descansan los restos de Gonzalo Jiménez de Quesada. Es el conquistador español que, el 6 de agosto de 1538, rebautizó Bacatá, término empleado por los indios Muisca para referirse al lugar en el que estaban asentados y que significa “campo de cultivos cercados”, como Santafé de Bogotá.

[Para leer más: Siete templos del café que hay que descubrir en Bogotá]

El centro del centro

Este acto religioso tuvo lugar en la plazoleta del Chorro de Quevedo. Casi cinco siglos después, jóvenes, estudiantes, parejas y turistas se citan en este punto para recorrer la angosta, grafiteada y empedrada calle del Embudo y tomar chicha, bebida indígena a base de maíz fermentado, o lo que apetezca, en alguno de los bares y cafés que se suceden en ella.

Fuera de la catedral, las palomas han convertido la plaza Bolívar en su pista de aterrizaje. Las mismas que parece que buscó Gabriel García Márquez en París. Su arrullo es la banda sonora del sitio y darles de comer el divertimento de los visitantes.

Los otros edificios que custodian la plaza son el Palacio Liévano (la Alcaldía Mayor), el Capitolio Nacional y el Palacio de Justicia, representantes del poder municipal, ejecutivo y legislativo, respectivamente.

Palomas en la plaza BoliÌvar. Foto Getty Images

Hay que pasar por la plaza BoliÌvar para tomarle el pulso a la ciudad. Foto: Getty Images.

En la Bolívar también la gente se concentra y alza la voz para que el país despierte. En la plaza Bolívar es donde la población jala de las solapas a los dirigentes para que empiecen a construir una Colombia justa.

La Atenas de Sudamérica

En La Candelaria es donde cobra sentido el apodo de Bogotá, la ‘Atenas de Sudamérica’. Barrio histórico, turístico y cultural, aquí el tiempo se consume adquiriendo conocimiento.

La Biblioteca Nacional y la Luis Ángel Arango, el teatro Jorge Eliécer Gaitán (político liberal asesinado en 1948 en lo que se conoce como el “Bogotazo”) y el Centro Cultural Gabriel García Márquez son lugares que se pueden disfrutar como investigador, espectador y turista.

Tampoco hay que dejar de ir a sus museos. El Museo Nacional data de 1823 y es uno de los más antiguos del continente americano. En sus salas se exponen pinturas y objetos relacionados con la historia y el patrimonio nacional.

El Museo de Arte Moderno ha ocupado diferentes espacios hasta instalarse en la sede de La Candelaria. El edificio, diseñado por el arquitecto Rodrigo Salmona, cuenta con biblioteca, librería, restaurante y oficinas, además de las salas de exposición.

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Una publicación compartida de MAMBO (@mambogota) el

Sin embargo, es posible que a muchos turistas les llame más la atención el Museo del Oro y el de Botero. En el primero se encuentra la Balsa Muisca, una joya y un testimonio del ritual de investidura del nuevo cacique y que hace parte del imaginario colectivo de la leyenda de El Dorado, tan del gusto de los españoles del siglo XVI, como lo era Gonzalo Jiménez de Quesada.

En el segundo se pueden contemplar pinturas del maestro Fernando Botero y aprender, si uno se fija bien, que en los desnudos que pinta las mujeres siempre calzan zapatos de tacón, portan anillos y otros abalorios, van maquilladas y en las axilas lucen vello. Muy interesante e ilustrativa es la sección de sus pinturas dedicada a la violencia bipartidista.

Obras de Botero en el Museo Nacional de Colombia. Foto EFE.

Obras de Botero en el Museo Nacional de Colombia. Foto: EFE.

Un tintico

Antes de empacharse de arte (en La Candelaria es posible), se puede hacer un alto y tomar un tinto o café solo.

Una opción es hacerlo en el Café Pasaje, en la plazoleta del Rosario, compartiendo espacio con estudiantes, abogados y otros profesionales. El Pasaje tiene el atractivo que emana de la nostalgia. Pronto se averigua que aquí el fútbol, la música y el café son cuestiones de estado.

Una leyenda dice que fue aquí donde surgió la idea de fundar el equipo de fútbol Independiente de Santa Fe, uno de los dos que hay en la ciudad, el otro es Millonarios. A través de sus cristaleras se puede ver la estatua, otra vez, de Gonzalo Jiménez de Quesada, que preside la plazoleta. Plazoleta en la que algunas personas trajinan con la compra venta de esmeraldas.

Iglesia de El Carmen, BogotaÌ. Foto Getty Images.

Iglesia de El Carmen, BogotaÌ. Foto: Getty Images.

Plazoleta que cruzaron en otro tiempo literatos y periodistas procedentes la vecina sede del diario El Tiempo. En honor de los juntapalabras o plumillas se construyó cerca de la zona el Parque de los Periodistas. Desde el mismo, igual que sucede en muchos otros lugares de la ciudad, se ve el cerro de Monserrate. Balcón y observatorio astronómico de Bogotá.

a.
Ahora en portada