Marsella, el punto de encuentro del Mediterráneo

La segunda ciudad francesa más importante presenta una historia milenaria con leyendas literarias y una gastronomía marítima para no desaprovechar

Alejandro Dumas, que conoció Marsella en profundidad y que la usó de escenario para su más célebre novela, El Conde de Montecristo, la definió como «el punto de encuentro de todo el mundo». Su vocación marinera y su ubicación en el Mediterráneo la convirtieron en una ciudad de acogida y de fusión. Lo saben los 26 siglos de historia a sus espaldas.

Puede que la imagen que el mítico Edmond Dantès tuviera al enfilar la bocana del puerto de Marsella, convertido ya en Conde de Montecristo, fuera muy diferente a la de hoy, casi 200 años más tarde, pero sin duda sus emociones al contemplar primero la fortaleza de If, antigua prisión situada en una pequeña isla en el archipiélago de Frioul, en la bahía de Marsella, que acabó siendo su triste residencia, y después las dos magníficas fortalezas que resguardan el puerto serían similares a las que experimenta el viajero que entra a bordo de un típico barco marsellés en el Vieux Port de esta ciudad, la más antigua de Francia. Y la segunda más poblada con unos 860.000 habitantes.

Lejos quedan los tiempos en que Marsella era un epicentro del contrabando y el tráfico de drogas, un pasado turbio que los cinéfilos recuerdan por The French Connection. Sí mantiene un tránsito algo caótico y una elegante decadencia en su zona portuaria, como para darle un toque costumbrista.

Dos fuertes de presencia imponente

Las imponentes siluetas del fuerte de San Juan a babor y de San Nicolás a estribor dan una idea del turbulento pasado de esta ciudad donde no han sido extraños griegos y romanos y donde han dejado sus huellas construcciones religiosas medievales, fortificaciones del siglo XVI, lujosas residencias de los siglos XVII y XVIII y los numerosos edificios prestigiosos construidos en el siglo XIX.

La Basílica de Notre Dame de la Garde cuenta con cientos de maquetas de barcos y aviones

El fuerte de San Juan curiosamente tiene un foso que lo aísla de la ciudad, y sus cañones, como los del fuerte San Nicolás, apuntan a la rebelde Marsella y no al mar. Se ve que había más peligro dentro que fuera en aquellos años. Asedios, explosiones y una terrible epidemia de gripe en 1720 marcaron la historia del lugar y todavía hoy parecen estar demasiado presentes.

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La Basílica de Notre Dame de la Garde, que atesora cientos de maquetas de barcos y aviones. Foto: www.altum.es

Mención aparte merece la Basílica de Notre Dame de la Garde y su estatua de la Virgen María, patrona de la ciudad, de más de 11 metros que protege a los pescadores y que la convierte en el punto más alto de la ciudad. La tradición dice que hay que subir andando hasta la basílica, rezarle una oración a la Virgen y pedirle lo que uno necesite y si la Virgen cumple con lo pedido hay que llevarle una ofrenda, estas ofrendas en forma de maquetas de barcos, aviones, que se pueden observar en su interior colgadas de la nave.

Arquitectura de vanguardia en una de las ciudades más antiguas

Por supuesto, Marsella también es moderna y futurista. Ahí está la Unité d´Habitation del visionario Le Corbusier y los vanguardistas proyectos que vieron la luz en 2013 al convertirse en Capital Europea de la Cultura, uno de ellos, se encuentra unido al fuerte de San Juan por una pasarela de 130 metros, se trata del Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo, conocido como MuCEM, inaugurado en junio de 2013 se define como un ‘museo de sociedad’ consagrado a la conservación, estudio, presentación y mediación de un patrimonio antropológico relativo a la zona europea y mediterránea.

El MuCEM es una de las recomendadas muestras de la arquitectura moderna

Pero en este museo no solo llama la atención sus colecciones, merece la pena pasear por su impresionante estructura metálica. Por cierto, el MuCEM es gratuito siempre que no se entre en grupos mayores de cuatro personas, por lo que si se va en grupo es recomendable entrar de dos en dos y ahorrarse la entrada.

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Fascinante juego de luces en la porosa cobertura del MuCEM. Foto: www.altum.es

A pocos metros del fuerte y del museo se puede admirar la preciosa Catedral de Marsella (Cathédrale La Major), erigida sobre una antigua iglesia paleocristiana y una primera iglesia del siglo XII, su construcción fue encargada a mediados del siglo XIX por Napoleón Bonaparte, quien además colocó su primera piedra. Por su tamaño se la compara con San Pedro de Roma, aunque su particular diseño de franjas horizontales de inspiración bizantina a base de piedra verde de Florencia y el delicado mármol de Carrara le dan un aspecto inconfundible y la convierten en algo que no hay que perderse en una visita a Marsella.

El encanto del Puerto Viejo

Si se dispone de tiempo, merece la pena dar un paseo en barco recorriendo el litoral y disfrutando de las vistas de Marsella desde el mar hasta llegar a la Isla de If donde uno puede sentirse como el Conde de Montecristo paseando por el interior del Castillo que antiguamente sirvió de prisión.

Si se pasa por el Puerto Viejo la costumbre es probar, aunque sea una vez, el pastís o la absenta

El Puerto Viejo es sin duda el lugar más animado de Marsella. Poblado de veleros, protegido por fortalezas y rodeado de terrazas donde dejar pasar el tiempo con un café, una copa de vino o, la bebida típica aquí, un pastís, una especie de anís que se sirve aguado. Mención aparte, merece otra de las bebidas típicas, la absenta, con casi 90 grados de alcohol, que popularizaron artistas y escritores como Wilde, Van Gogh, Baudelaire, Manet, Picasso, Lautrec, Degas y Hemingway, entre otros, con la que encontraban la inspiración. Eso sí, los efectos hepáticos son para tener muy en cuenta.

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Castillo de If, en la entrada de la ciudad. Foto: Enrique Sancho Cespedosa

En torno al puerto hay muchos restaurantes y no hay que perder la oportunidad de disfrutar las especialidades marsellesas: la célebre bullabesa, una sopa de pescado que se come dos veces, primero la sopa y luego de nuevo sopa con el pescado y los mariscos con que se ha cocinado, los pieds et paquets (carne picada con especias y bacon) y las navettes (bizcocho en forma de barco con sabor a naranja).

El aroma que recuerda a Marsella

Por último y antes de continuar con el viaje conviene dedicar una hora a visitar en el puerto viejo, la Savonnerie Marseillaise de la Licorne, lo más parecido que existe a un museo del jabón de Marsella, un producto cuya elaboración comenzó en esta ciudad mediterránea en el siglo XII y que se fabrica de la misma forma desde hace 100 años.

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Testigos de la producción de jabón en la Savonnerie Marseillaise de la Licorne. Foto: Enrique Sancho Cespedosa

El proceso comprende la mezcla de aceite y sosa que se tritura con unos rodillos de granito, posteriormente se le añade miel, esencias o perfumes que le dan el olor final, la masa resultante se introduce en un molde para darle forma a la pastilla, para finalizar los jabones se estampan manualmente. En el museo el visitante puede realizar sus propias pastillas de jabón, así como comprar multitud de ellas con diferentes formas y olores.

Obviamente que para venderlo entre el público, se asegura que quien use el jabón está obligado a regresar a Marsella. Claro que es un truco de marketing, pero sin duda que cuando se sienten estos aromas se regresa mentalmente a esta fascinante y algo caótica ciudad del Mediterráneo.

a.
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