Razones para visitar Bruselas si no eres eurodiputado

Tradicionalmente vista como una ciudad funcionarial, la capital de Europa esconde entre sus calles la historia del cómic o el nacimiento de los bombones

Bruselas se ha ganado la imagen de ciudad funcionarial. Sede de la Unión Europea, la capital belga genera debate solo con salir a la palestra: o la odias o te encanta. Azotada por una caída de turistas tras los atentados del pasado 22 de marzo, en Cerodosbé lo tenemos claro: Hay motivos para visitarla, y muchos, aunque no seas un eurodiputado o vayas a hacer negocios.

Ya os lo avanzamos antes de entrar en materia, el Manneken Pis no entra en nuestro abanico de recomendaciones. La pequeña figura de un niño orinando se ha convertido en el símbolo de la ciudad, algo que no entendemos. Bruselas tiene mucho más encanto que una escultura de bronce de apenas 60 centímetros de altura.

Para empezar, seguir los trazos de la historia del cómic que están disueltos por la ciudad. Perfectamente integrados en el ADN de las calles, tenemos dos opciones para disfrutarlos: Buscarlos –las oficinas de turismo ofrecen mapas en los que aparecen todos– o dejarte sorprender. En los aledaños de la Grand Place, el corazón de la urbe, tenemos muestras suficientes para hacernos una idea, Desde Tintín a Astérix, pasando por Spirou o Lucky Luke; todos colgados literalmente de las paredes.

El tour puede acabar en el Museo del Cómic. Lo mejor de la visita no son las exposiciones –por lo que tampoco es necesario pagar la entrada–. Lo más remarcable es su impresionante biblioteca dedicada al género y el inmueble que alberga la exposición: un edificio de Art Noveau diseñado por el reconocido Víctor Horta.

Bruselas es una ciudad para no tener jamás el estómago vacío. Siempre con un dulce que ofrecerte, el chocolate y los gofres son prácticamente una religión en la ciudad. Sobre el oro negro, os dejamos dos recomendaciones: La primera, por su historia, la chocolatería Neuhaus en las Galerías Saint Hubert. Sobre ella cuentan que fue la primera tienda en vender bombones –hoy son una cadena–. Antiguos farmacéuticos, decidieron en 1857 cubrir las pastillas para el dolor de garganta con cacao. De allí hasta ahora. El segundo punto de peregrinación es la chocolatería Laurent Gerbaud, en la calle Ravenstein. Para muchos, los mejores bombones de la ciudad.

Para seguir con la ruta gastronómica, los alrededores del Parlamento Europeo se han convertido en un auténtico hub de restaurantes de alrededor del mundo. Hay muchos, pero nuestra recomendación es la de comer en el mercadillo abierto justo frente al edificio. La fruta mediterránea se mezcla con empanadas portuguesas, pizzas italianas y carnes peruanas. Además, todo a precios económicos –se puede salir lleno por unos 10 euros– teniendo en cuenta los estándares de la ciudad.

Con las fuerzas recuperadas, el camino nos lleva al Mercado de las pulgas: Un rastro espectacular en el que se puede encontrar absolutamente de todo

Los que vayan con el tiempo en los talones, su lugar ideal es Le PistoletUn bar de bocadillos en el que sólo sirven recetas tradicionales belgas –ni Coca Cola, tienen– premiado en varias ocasiones por su diseño. Los sandwiches rondan los 7 euros y, eso sí, de querer sentaros os va a tocar esperar, pues las mesas acostumbran a estar muy cotizadas.

Con las fuerzas recuperadas, el camino nos lleva al Mercado de las pulgas: un espectacular rastro de segunda mano en el que se puede encontrar absolutamente de todo. De hecho, algunas de las historias de Tintín empiezan con alguna compra realizada allí. Nosotros, en un arrebato de romanticismo, optamos por comprar un original de los años 60 del popular personaje creado por Hergé.

Además de cómics, Bruselas tiene una cara canalla. Los sex shop se mezclan con el decorado de la ciudad sin ningún tipo de dramatismo. Los hay de todos los estilos, desde los más elegantes a los más explícitos. Uno de los que más éxito tiene es Lady Paname –no nos dejaron hacer fotos en el interior–, que reune desde lencerías de todo tipo a los accesorios sexuales que jamás pudiste pensar que existieran.

Para acabar, una última visita a la Grand Place es ineludible. Rodeada de las casas gremiales, ya no sufre la masificación de otros años, por lo que, ahora sí, se puede pasear tranquilamente y visitar, por ejemplo, el majestuoso Museo de la Ciudad o pararse a tomar una buena fotografía del Ayuntamiento

Pero Bruselas no acaba aquí. El Palacio de Justicia, el Palacio Real y la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula son templos obligados para los amantes de la arquitectura.

¿Dónde alojarse?

Pese a no tratarse de una opción apta para todos los bolsillos, un hotel que no decepcionará jamás es el Steigenberger Wiltcher’s, en la Avenida Louise. El histórico establecimiento de la ciudad –fue el antiguo Ritz durante muchos años– acaba de vivir una reforma para adaptarse a los nuevos tiempos. Ahora mezcla su grandilocuencia y clasicismo original de la fachada y las zonas comunes con la modernidad de las habitaciones.

De optar por este alojamiento, es imprescindible que contratéis también el desayuno: Un espectacular buffet en el que la oferta dulce y salada supera las expectativas del cliente más exigentes. Sólo por el ágape ya vale la pena dormir en el Wiltcher’s.

a.
Ahora en portada