Singapur, el arte de vivir juntos pero no revueltos

El tigre asiático se ha convertido en un híbrido de las grandes capitales del mundo, aunque con singularidades

Singapur es mayestático, en casi todo. El respeto, la seguridad permanente, la individualidad correctamente entendida sólo parecen encontrarse hoy en día en una sociedad regida por un control intenso. Ésa es la sensación que exhala Singapur –uno de los emergentes y peculiares tigres asiáticos– para el turista. La trama social multirracial está presente en la cotidianeidad. Le confiere unos rasgos de ciudad inexistentes en otros confines de su dimensión: templada, ordenada y segura, muy cierta. El secreto de su éxito es obvio: renuncia a alguna libertad como senda para ganar calidad de vida. Es la «Ciudad de los leones».

El estado singapureño es un crisol. Culturas, razas y religiones se agolpan ordenada y casi geométricamente sin roce aparente ni supremacías obvias. La mayor parte de la población es de origen chino (los datos lo cifran entre el 75%-80%, según las fuentes), aunque abundan los habitantes originarios de Malasia, los de ancestros hindús… Y, claro, los innumerables extranjeros, que algunos contabilizan como hasta la tercera parte de una población que no supera los cinco millones de residentes.

Vivir juntos sin estar revueltos, como un arte, parece la moraleja de este enclave desarrollado del sureste asiático. Prueba evidente es su religiosidad metódica: en pleno centro del China Town de la ciudad se alza el mayor templo budista. Y eso que unas calles más allá un enorme y exótico barrio hindú (Little India) se exhibe sin complejos en esa mezcla tan asiática de los comercios y bazares apelotonados. Los templos abundan, sea cual sea su confesión.

Una suma de identidades

Singapur es un poco de Nueva York, un mucho del Tokio más grandilocuente y un modo de proceder del Shanghái más moderno. Capitalismo y consumismo efervescente. Barrios antiguos conviven con auténticas moles de rascacielos, que agrupan la actividad de su gran distrito financiero. Unos épicos centros comerciales compiten en arquitectura racionalista para dar cabida al lujo, el juego, el ocio o cualquier cosa con la que comerciar.

Sheldon Adelson, el hombre de negocios estadounidense que intentó traer el juego a España con escaso éxito, ha edificado un complejo monumental cuyas tres torres unidas por el vértice superior son el emblema. Bautizado Marina Bay Sands está compuesto por hoteles de lujo, centros de comercio, así como un casino inabarcable a la vista en su interior y donde se fuma compulsivamente. Un auténtico hervidero de turistas y autóctonos. Ni en las discotecas del fundador de Las Vegas Sands se alza la voz, que esa es una costumbre latina mal vista en Singapur, como el fumar o el más sorprendente todavía veto a mascar chicle, originado para evitar la molesta suciedad que provoca en las aceras y otro mobiliario público.

Con la riqueza por bandera

Singapur es una ciudad rica, muy rica. Lo dicen sus índices de renta per cápita, pero está visible en cada uno de sus poros urbanos. Es limpia hasta sorprender, ordenada en lo urbanístico, racional en lo circulatorio y, cómo no, urgente, rápida, como el caminar animado de sus paseantes. La civilización ha encontrado un polo de desarrollo en un entorno pequeño y controlado, sin barrios bajos. Lo más parecido, no lo parece: la vivienda es tan cara que cada singapureño tiene derecho real a una vivienda pública en régimen de concesión.

Pasear por Orchard Road, el macro enclave comercial, no tiene nada que envidiar a la Five Avenue neoyorquina. El calor permanente de todo el año quizá sí que resulte una diferencia singular. O sus aguaceros tropicales imprevisibles. No extraña, por tanto, que todos los grandes centros comerciales de esta zona estén conectados por grandes subterráneos en una especie de enormes hubs que permiten tomar el suburbano, comer rápido cualquier especialidad gastronómica o practicar la actividad comercial más intensa que uno pueda imaginarse bajo tierra. Sólo he conocido una propuesta similar en la ciudad china de Nanjing, pero la motivación era otra, como pasa en algunas ciudades de Canadá, el frío invierno hace poco agradable la vida en la superficie.

Singapur mantiene tradiciones ancladas en su pasado como colonia británica, al igual que Hong Kong. De ahí que el inglés sea una de las cuatro lenguas oficiales del país, se conduzca por la izquierda y el fair play británico esté omnipresente en su cultura. Fueron algunas de las características fundacionales. Su puerto es uno de los principales del mundo y constituye una de las vías de entrada de las mercancías mundiales a una parte del territorio asiático. Como la china Hong Kong, la ciudad es también un enorme puerto, completamente abierto al mar, un lugar al que ganan territorio de manera permanente (y llevan un 30%) para mantener el equilibrado esponjamiento entre infraestructuras y personas. La isla de Sentosa es un magnífico, depurado y lujoso ejemplo de esa expansión. A su alrededor, miles de barcos esperan a diario ser albergados en las instalaciones portuarias del país.

Un jardín a cielo abierto

Cualquier viajero advertirá una curiosidad no menospreciable: Singapur es un jardín, llamativos y preciosistas jardines; es naturaleza en estado público. No limitada a parques o entornos concretos, sino extendida por todo su territorio en una extraordinaria y sorprendente fusión de hombre y naturaleza. Los mejores urbanistas del planeta han moldeado su crecimiento y sigue siendo lugar de aterrizaje asiático para arquitectos como Norman Foster, capaz de convertir unos antiguos barracones del ejército en un paradisíaco resort hotelero (Capella Singapore). La ciudad constituye una sublimación del verde. Sus habitantes y autoridades se lo han tomado muy en serio y han tapizado sus calles y barrios con elegancia indiscutible.

Y por si sus virtudes formales fueran insuficientes, hay algunos intangibles que no deben olvidarse. Singapur es una ciudad joven, muy joven. Empeñada en atraer el máximo talento de cualquier confín mundial, acaba de celebrar a principios de agosto su 49 aniversario (desde la independencia). Desde sus inicios, sus impulsores decidieron que la mejor garantía de independencia era un inequívoco desarrollo económico. Para muchos autores, la ciudad de los leones, la antigua colonia malaya, británica, el lugar invadido por Japón en la Segunda Guerra Mundial es hoy el prototipo deseable de país del siglo XXI.
 

Fundador visionario

Es lo que deseaba su líder durante muchos años, Lee Kuan Yew, una figura visionaria que tardó tiempo en ser entendida y reconocida entre los gobernantes de todo el mundo. Hoy abundan los partidarios de su planteamiento liberal crítico con las democracias clásicas occidentales y, sobre todo, con los intentos de aplicarlas en culturas distintas, como la asiática. Transformó un puerto mugroso, repleto de corrupción y vicios en posiblemente la ciudad más moderna del planeta en apenas medio siglo. Pese a la discusión internacional que supusieron sus tesis de ingeniería social, la prosperidad económica, el modelo de desarrollo basado en la estabilidad, el bienestar social y la seguridad jurídica han convertido Singapur en la Suiza asiática después de ganarle la batalla a la más próxima Hong Kong.

Viajar a Singapur desde España con un vuelo directo hoy sólo es posible desde la ciudad de Barcelona, gracias a su aerolínea de bandera (Singapore Airlines), que opera esa ruta. El aeropuerto de la capital asiática es otro de sus muchos lujos, en esa especie de competencia en la que se han adentrado los nuevos ricos del planeta, como Qatar o Dubai. Una entrada que no permite dudas sobre las maravillas que aguardan el viajero.

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