Turismo de la separación: Corea del Sur promueve la frontera como máximo atractivo

Medio millón de visitantes al año acude al paralelo 38, la frontera más vigilada del mundo. El mayor reto de los turistas es robar una foto prohibida a las casas de Corea del Norte

Es el turismo de la separación. La frontera más militarizada y minada del mundo, símbolo del drama de miles de familias divididas e incomunicadas de por vida (están prohibidas todas las comunicaciones entre ambos países), se ha convertido en un potente reclamo turístico. La DMZ (zona desmilitarizada), también conocida popularmente como el paralelo 38, es visitada cada año por medio millón de turistas, la mayoría asiáticos.

Todos los folletos turísticos en Corea del Sur conceden un espacio privilegiado a la visita a la frontera. Allí los visitantes pueden observar al inalcanzable país vecino a través de los binoculares. Al fondo, en las montañas, se observan unas humildes casas de madera con sus chimeneas humeantes. Es la imagen más deseada y la anécdota que todo asiático desea contar al regreso del viaje. “He visto Corea del Norte”.
 

 
Los turistas deben firmar un documento donde aceptan que entran en zona hostil y pueden resultar heridos

 
La DMZ divide a la península en dos y no puede ser habitada en sus cuatro kilómetros de ancho. Fue la frontera fijada en 1953 entre Estados Unidos y sus aliados y Rusia y China después de la guerra de Corea que devastó el país y que lo fraccionó en dos bandos irreconciliables hasta hoy: comunistas y capitalistas.

La ruta por la DMZ comienza con varios controles de identificación. Los turistas, previo pago de 75 dólares (unos 50 euros), deben firmar un documento con el que aceptan ingresar a una zona hostil donde puede resultar herido o asesinado. Forma parte de la emoción de la ruta.

Las vallas y las garitas militares agrietan la península y son una buena antesala del recorrido. Las verjas sirven para que los turistas, en especial los provenientes de otras zonas de Corea del Sur, escriban sus deseos de unificación y paz en las cintas de colores que se amarran a los alambres.


Mensajes con deseos de unificación en la verja fronteriza.

El recorrido continúa con una escalofriante visita subterránea por los cuatro túneles que construyeron los militares norcoreanos para invadir Seúl durante la Guerra Fría. “Descubrimos el primer túnel en 1970. Detuvimos a varios espías, los torturamos y, gracias a ello, nos señalaron dónde estaban los otros tres”, comenta sin reparos Hana Na, una guía turística de la frontera.

La visita también tiene una prohibición expresa: no se puede tomar ninguna fotografía de los pueblos norcoreanos que se ven desde la frontera. Allí militares surcoreanos y estadounidenses comparten la vigilancia y aceptan retratarse con los turistas, pero procuran que ninguna cámara apunte al horizonte después de una línea amarilla dibujada en el suelo. Una fotografía de Corea del Norte tomada por algún turista desde la DMZ y difundida por Internet podría desencadenar un grave incidente diplomático.

Los pedazos de cable de la verja fronteriza también se venden como souvenir en las tiendas de la zona e incorporan el sello de calidad de «limited edition».


Mirador hacia Corea del Norte.

Hasta 2008 las visitas también incluían un paseo por las montañas de Corea del Norte bajo una estricta vigilancia militar. El asesinato, en manos de militares norcoreanos, de una turista que había salido a primera hora de la mañana del hotel para hacer ejercicios de estiramiento, obligó a cancelar los recorridos y supuso un nuevo episodio de tensión diplomática. También se prohibieron las visitas al polígono de fábricas de Kaesong, en plena zona fronteriza, levantado con dinero del sur y trabajadores del norte. Es el único proyecto común en el que han colaborado estrechamente ambos países.

Los dos edificios azules del Área de Seguridad Conjunta donde se firman tratados diplomáticos suelen tener un acceso más restringido dependiendo del nivel de tensión diplomática del momento. Allí permanece un soldado surcoreano, frente a frente, con otro norcoreano. Es la estampa que mejor ilustra la guerra latente entre ambas naciones.


Un soldado surcoreano vigila que no se hagan fotos a Corea del Norte.

El gobierno de Corea del Norte ha instado en varias ocasiones a Seúl a limitar las visitas turísticas a la frontera. El gobierno comunista considera que también debe percibir beneficio económico de las rutas porque Corea del Norte forma parte del atractivo de la zona.

Razón no le falta: sin el férreo régimen norcoreano y sin las aterradoras historias que cuentan los guías turísticos, la frontera con más minas personales en el mundo no tendría ningún atractivo. «A los que se intentan escapar del país los pueden fusilar o condenar a trabajos forzados. Los delitos se heredan. Si logran huir, castigan a los hijos que se quedaron. Y si no tiene hijos, a los sobrinos, pero en ese caso la pena es menor», explica la guía. En el fondo, la frontera también es un viaje de la modernidad a la Edad Media.

Pero Seúl se ha negado a aportar ayuda económica a su vecino del Norte y las agencias de viaje privadas siguen organizando las visitas con normalidad. Recientemente han llegado noticias de que sus vecinos del norte también han comenzado a organizar visitas similares desde el otro lado de la frontera, pero con un precio más accesible: 20 dólares (unos 15 euros), un precio inalcanzable para el norcoreano medio.

La DMZ también cuenta con otro atractivo accidental: al ser un espacio inhabitado, conserva una rica flora y fauna. Allí se han refugiado especies en peligro de extinción como el leopardo de Amur o el tigre siberiano. Las bandadas de pájaros son las únicas que pueden sobrevolar la maraña de alambres del único país que todavía permanece dividido por la Guerra Fría.

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