La malvasía de Sitges, el secreto que guarda la bodega Pardas

Esta finca del Penedès presenta un vino rústico, elaborado con esta vid identificada con la ‘Blanca subur’

En esta oportunidad les quiero presentar a Pardas, una malvasía de Sitges muy curiosa e interesante. La he descubierto hace poco en Cellarer, una tienda que no hay que perder de vista en Barcelona (Aribau 76). Allí Ezequiel Riobó, un sommelier argentino, me hizo descubrir este vino de la bodega del mismo nombre, un producto que no había salido al mercado. Estaba en el sitio correcto y en el momento oportuno.

Allí también pudimos conocer varios vinos de una variedad de uva que no ha dejado a nadie indiferente. Y no deja de sorprender que una variedad monovarietal, como es la malvasía, se presente en cinco ejemplares de diferentes bodegas.

La vid malvasía de Sitges se cultiva en los campos de esta ciudad costera y sus alrededores. El mosto, una vez fermentado, da lugar a una bebida olorosa, dulce y de alta graduación que se suele beber después de las celebraciones y de las “xatonadas”. También se utiliza en la preparación de diversos platos de carne, como el magret de pato con pasas o los pies de cerdo.

El secreto de una botella sin identificar

Una de las botellas que me ha sorprendido ha sido la de Pardas, una bodega del Penedès que comenzó en el mundo del vino en 1996, pero que en el 2004 inició su vendimia por primera vez. Es gente con pasión y vocación, donde trabajan diversas variedades de uvas autóctonas con estilo propio, que promueven la autenticidad de estas vides pero con las técnicas enológicas actuales.

Esta malvasía de Pardas surge de viñas bien formadas y equilibradas, con una alta calidad de uva. Son cepas que arraigan directamente en la roca madre, y así surge un vino rústico y salvaje. El esfuerzo y la ilusión que han querido transmitir lo han logrado en esta botella de vino, que no tenía etiqueta ni ningún signo distintivo.

Este vino se elabora en depósitos de acero inoxidable, donde destaca en nariz por sus aromas florales y de frutas como el melocotón o el albaricoque, con un final cítrico que le da un toque refrescante.

Es un vino de gran calidad y que demuestra las fantásticas posibilidades de esta variedad local que estuvo a punto de desaparecer, pero que gracias a gente como Ramón Parera y su equipo han logrado salvarla. Sin duda, estamos delante de joyas que con el tiempo se convertirán en diamantes embotellados. 

a.
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