Catalunya y la marca España

Si es cierto –y no hay motivos para dudarlo– lo que explicó hace unos días en Santander el encargado de promocionar la marca España, Carlos Espinosa de los Monteros, el episodio no tiene desperdicio en los tiempos complejos que vivimos en la relación España-Catalunya.

Resulta que el president Pujol acudió en 1985 al World Economic Forum, más conocido como Foro de Davos, uno de los encuentros con mayor presencia de líderes mundiales y empresariales para, como le correspondía, vender las bondades de Catalunya.

Dicho y hecho. En apenas media hora, Jordi Pujol desgranó las fortalezas de Catalunya ante una audiencia de primer nivel. Durante los primeros 15 minutos, con el mapa de España de fondo, resaltó los grandes progresos del país del que formaba parte Catalunya y cómo se había abierto al mundo y a la democracia, siempre según la versión dada por Espinosa de los Monteros. A continuación, dedicó otro cuarto de hora a defender el mensaje central: lo mejor de España es Catalunya.

Ha llovido mucho desde entonces y las cosas son hoy bien diferentes, desde todos los puntos de vista. En aquellos años lo que tocaba era remar todos juntos para cerrar la etapa franquista y salir adelante tras tantos años de ostracismo. El espíritu pactista de la transición fue un auténtico motor para construir un país mucho más moderno, abierto al mundo y competitivo.

¿Y hoy, qué está pasando? El principal termómetro de cómo la sociedad catalana ha cambiado está en el mapa político, sobre todo si se atiende a las recientes encuestas en las que CiU se está viendo superada por Esquerra y los nuevos partidos, como Ciutadans, cada vez comen más terreno a los otros grupos tradicionales como el PSC y PP.

Hay varias explicaciones a este cambio socio-político. Sin duda, la crisis económica, que está marcando la agenda, es una de las primeras razones que explica la entrada en escena de nuevos partidos, por el desgaste de los que gobiernan y la oportunidad de los que pueden formular propuestas más atrevidas.

Una segunda explicación es que cada vez hay una mayor proporción de población joven que no se siente hipotecada por los acuerdos de la transición, en especial en lo que concierne al estado de las Autonomías. Esos jóvenes de 38 años para abajo, los votantes que nacieron a partir de 1975, suman ya alrededor de un tercio del total de los votantes catalanes.

Una tercera razón radica en los problemas internos en los dos grupos –CiU y PSC– que han tenido la responsabilidad de ocupar la presidencia de la Generalitat. Tanto uno como el otro están proyectando una imagen de luchas intestinas y, lo más grave, una falta de modelo claro para la Catalunya del siglo XXI.

Por último, es cierto también que desde Madrid –o al menos desde algunos ámbitos– sería más inteligente tratar de entender un poco mejor que el hecho diferencial catalán está derivando hacia unos derroteros nada recomendables, pues no se puede echar por la borda la colaboración de la comunidad que grosso modo representa una quinta parte del PIB del conjunto del Estado.

La pregunta clave es sencilla: ¿qué le interesa, realmente, a Catalunya: jugar frente/contra España en el tablero económico global, o echar mano del añorado seny català para liderar la recuperación económica en beneficio de la sociedad catalana y española?

A mí no me cabe ninguna duda: prefiero el seny al català cabrejat. Catalunya saldrá más fortalecida de la actual crisis si lo hace como el verdadero motor de la economía española y vende su diferenciación positiva respecto al resto de España.

Exactamente lo mismo que defendió el president Pujol en Davos en 1985. Y lo que haría cualquier gestor político responsable con una visión a medio y largo plazo sin intereses electorales cortoplacistas.

¿Se imaginan lo que puede significar todo el proceso soberanista justo cuando parece atisbarse la luz al final del túnel, tras más de cinco años de crisis y un dramático récord de paro?

Desde un punto de vista económico y empresarial, nada bueno para España, pero mucho menos bueno para Catalunya, sus empresas –que son las que generan riqueza– y sus ciudadanos.

Cito una vez más a Carlos Espinosa de los Monteros –a quien no conozco personalmente y que el próximo 4 de julio acude a Barcelona, al parecer, a defender la marca España–, y la siguiente metáfora que él utilizó en Santander: si cae un rayo sobre un árbol y se rompe una rama, el árbol lo pasará mal, sin duda, y sufrirá, pero la rama no sobrevivirá.

¿No es momento ya de retornar a una versión actualizada de la posición del president Pujol? A mí me parece que sí.

Pablo Fernández es socio director de Viewpoint Communication

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