Desayuno con diamantes: el infortunio de Joan Gaspart

La cadena hotelera de los Gaspart languidece. Sus mejores piezas conforman un mosaico secular que narra la historia de Barcelona, la ciudad que sobrevivió a las bombas de la Legión Cóndor y que, más de medio siglo después, alcanzó el clímax con los Juegos Olímpicos del 92. Para entonces, Joan Gaspart (actual vicepresidente de CEOE y presidente del Patronato de Turismo de Barcelona), jugaba al Palé al frente del poderoso Gremio de Hoteleros. Pero su peripecia vital ha quemado grandes etapas: la apoteosis del Ritz, el derrumbe del Princesa Sofía, la generosidad menguante de piezas de calidad, como el Husa Santander, y el epígono mediopensionista del Juan Carlos I, un cinco estrellas-lujo abanderado por la cadena familiar, bajo la propiedad del príncipe Turki, jeque dinástico de Arabia Saudí.

El Ritz y el Plaza de Gran Vía fueron en su momento hoteles de Desayuno con diamantes. A falta de un Truman Capote, Barcelona se adormecía en historias entrañables, diseminadas por los cafés demolidos (el Terminus, el Vienés o el Salón Rosa), lejos todavía de los modernos halls, festoneados con visillos de seda y guirnaldas doradas. El Ritz y el Plaza fueron las cabeceras de Joan Gaspart padre, heredero de los guerracivilistas  Colón y Manila, y albacea del Hotel España de la calle Sant Pau, un establecimiento de artesonados modernistas, telón de fondo de la poética urbana de Georges Bataille, en Le bleu du ciel. La barricada del escritor francés, situada frente al Gran Teatre del Liceu, rindió las armas del Comité de Milicias Antifascistas, la mañana fatídica del 18 de julio. Bataille vivió el destino cruel de la ciudad desde el otro lado de las Ramblas, tras los ventanales de un balcón del Hotel Internacional, un superviviente que todavía hoy ladea los altillos del viejo Café de la Ópera.

Husa, la cadena de los Gaspart, es una historia itinerante siempre amenazada. El ex presidente del FC Barcelona ya salvó los muebles el mismo año 92, cuando a pocas semanas de los Juegos le vendió a Fibanc el Palacete Abadal de Pedralbes,  evitando in extremis un proceso concursal  latente. Repitió la operación años después al desprenderse de sus joyas de Madrid y del mismo Sofía, su emblema en la alta Diagonal, que había arrancado de las manos a Emilio Botín, la cabeza visible del  Banco Santander. A pesar de que durante mucho tiempo, Joan Gaspart monopolizó el sector, no pudo contener el desembarco masivo de las marcas internacionales de prestigio, los Hilton, Carlton, Sheraton, Hyatt, Intercontinental o la más reciente y sonada implantación del Mandarín en Paseo de Gracia, un inmueble propiedad de la inversora andorrana María Reig.
 
Cuando la suerte del sector estaba echada, se manifestó el éxito imparable de los autóctonos: la cadena Derby de su amigo el egiptólogo Jordi Clos, Catalonia (propiedad de los Vallet), Prestige (los Moyano), Sercotel (los Gallardo), Apsis (los Gràcia). Y a esta dinámica de lo novedoso se han sumado algunas experiencias de rediseño arquitectónico que hunden su vocación en las raíces del ochocientos, como el hotel Casa Fuster, remodelación de un edificio de Domènech i Montaner, o el Hotel de Núñez y Navarro, en la antigua sede de la Compañía General de Tabacos de Filipinas.

La oferta hotelera se ha enriquecido hasta tejer una red que ensombrece a los clásicos del sector, donde los Gaspart  convivieron con los Borrell o los Soldevila Casals, propietarios de establecimientos de toda la vida como el Alexandra o el Majestic. Las nuevas construcciones (el Vela o el Hesperia Tower), las casi recientes (el Arts o el Juan Carlos I) y los citados rediseños (Fuster) forman un magma que sobrepasa el sky line de la ciudad. Sus perfiles se emparentan con las capturas del remake (el nuevo Florida, en la cima del Tibidabo); recuerdan el centelleo del Hotel Internacional de la Expo de 1888, fijado en la retina del pasado, levantado en 55 días y hundido en menos de tres.

Los hoteles son un paréntesis. En sus rincones habita la melancolía.  Cuando Paul Morand descubrió el Ritz de Gran Vía -“sedas rasgadas por salvas de artillería, noches insomnes de Barcelona”- la cadena Husa vivía el esplendor del entronque Gaspart-Solves.  Pero su primogénito, Joan Gaspart, ha interpretado mejor su papel en la Cámara de Comercio o en el Gremio que su función de patrón. Hoy, la cuarta generación de la familia de hoteleros soporta la fuerza gravitatoria de una crisis que no concede treguas ni entiende de gentilicios. El fantasma de la iliquidez se mete por debajo de las puertas y se cuela por los alfeizares; entra en las cocinas  e incluso habita en las conserjerías y en las consignas, como constataron en medio de una Europa en ruinas Joseph Roth (Hotel Savoy) y Dylan Thomas (El hotel blanco), dos auténticos conocedores de la soledad de la habitación entre cuatro paredes.

Acuciado por los altos pasivos de su balance y por la creatividad de su cuenta de resultados, Husa zozobra. Registra 38 millones de pérdidas acumuladas en los últimos ejercicios. En otro tiempo, la desinversión fue su mejor aliada (lo ha sido también recientemente con su penúltimo desgaje: la venta del Palace por 68 millones), pero ahora el derrumbe de los precios inmobiliarios obstaculiza el Palé de los Gaspart.

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