I buoni amici, un italiano del norte

Una 'trattoria' donde se hable italiano es una buena señal para comer bien

Entrar en una trattoria y oír comensales hablando italiano es una buena señal; es como en aquella España de los setenta en la que los camiones aparcados en la puerta de un restaurante de carretera eran como estrellas Michelin para los conductores. En el comedor de I buoni amici, un local con más de 12 años de vida en las cercanías de la Diagonal barcelonesa, se oye italiano con frecuencia.

Las dotes de relaciones públicas de Daviano Neri, un cocinero originario de Friuli, hicieron que desde el principio el local fuera visitado por personajes conocidos de la ciudad. La huella de estos famosos ha dejado su impronta en algunos platos de cocina que llevan su nombre y también en platos de cerámica colgados en la pared, donde han regalado dedicatoria y firma.

Esos recordatorios son el elemento más definitorio de la decoración del restaurante, lo que le da un cierto aire demodé, que también retrotrae a aquellas fondas de carretera que exhibían la artesanía de la comarca colgada de sus paredes como si fueran exvotos de feligreses.
 

Las salas

Es un italiano de cierto nivel –algunos lo comparan con el Tramonti, aunque me parece exagerado–, frecuentado por los que han dejado huella en las paredes, pero también por gentes de empresa. Es bastante grande, aunque pueda dar la impresión de que la única sala es la que se encuentra en primer término desde la puerta de entrada. Hace años, era la última zona en llenarse: se colocaba a los clientes empezando por las salas del fondo del local. En estos tiempos tan difíciles, es al revés.

La carta no es muy extensa. De hecho, en una primera visita puede sorprender que ofrezca un solo plato de espaguetis, por ejemplo, pero a la mínima insinuación la jefa de sala se ofrece a prepararlos de distintas formas. A destacar la mortadela de Bolonia, los risottos y la trufa blanca, servida en raciones de cinco gramos ya desde primeros de octubre, un poco antes de lo que es su temporada natural.

Los menús

La cocina es la típica del norte de Italia, aunque Neri ha montado unos menús de mediodía a 18 euros que cada semana dedica a una región de su país. Un día lo pedí, y tiene un aprobado alto. Estaba compuesto por especialidades de las islas italianas.

Cuatro primeros para elegir. Los espagueti con sepietas, ajo y guindilla, buenos y abundantes. Otros tantos de segundos. Me decanté por el civet de ciervo con una versión particular de la polenta, a sabiendas de que la caza difícilmente me encaja. Y, sí, la carne era demasiado fibrosa y la polenta, muy pesada. Mi acompañante optó por los pulpitos cocinados con cebolla y “aromas”, un plato que descarté por reiterativo, pero que al parecer estaba logrado. Tuvo más suerte que yo. La copa de vino incluida en el menú, peleona; no podía ser de otra forma.

En una visita posterior comí a la carta, que sale más o menos por el doble que el menú. Como entrante, verduras a la brasa, bien condimentadas –alguna ligeramente quemada– con prosciutto. Antes había tomado un poco de mortadela acompañada de parmigiano. Y un sencillo plato de espagueti –sí, lo confieso, me gustan mucho– con ajo, aceite y guindilla, al que añadieron innecesariamente unas gambitas peladas, tan abundantes como sosas.

 

 

Los vinos

La carta de vinos incluye una buena relación de productos italianos, que son la mayoría, junto con algunos cavas catalanes. Bastantes blancos. Tienen medias botellas de Fazi Battaglia, un blanco hecho con una uva autóctona —verdicchio— curioso y a un precio muy razonable. No lo había bebido nunca, pero creo que la austeridad que le encontré –como si le faltara vida– respondía a que quizá llevaba demasiado tiempo dentro de esa bonita botella con forma de ánfora en que lo envasan.

Si pides una caña, te la ponen de botella, aunque sin decirlo. El café, curiosamente, no es italiano, sino Novell, servido muy bien y en su medida, como si fuera un ristretto.

 

 

a.
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