Cómo una palabra incorrecta puede causar un accidente de avión

Varios accidentes aéreos han sido causados por el mal uso del inglés entre pilotos y controladores aéreos

“Los aviones no se caen, los tiran”. La frase pertenece a un experimentado comandante de una aerolínea sudamericana, quien ha participado en numerosas investigaciones sobre accidentes aéreos. Entre las numerosas causas el error humano es frecuente, y entre las equivocaciones que puede cometer la tripulación, los malentendidos lingüísticos son más frecuentes de lo que se supone.

Si bien es cierto que entre pilotos y controladores hay fórmulas para verificar que el mensaje se ha recibido correctamente, hay numerosos casos en que hay un trágico desenlace por un pequeño error de comunicación. En ocasiones las interferencias juegan en contra, pero la mayoría de los casos se debe a un mal uso del inglés.

Así lo precisa una investigación de la Embry Riddle University, de Estados Unidos, que se presenta como la universidad privada de aviación más grande del mundo. Según la profesora Elizabeth Matthews, los errores causados por el lenguaje en las comunicaciones aeronáuticas han sido “un factor más frecuente e influyente de lo que se ha señalado habitualmente”.

Para Matthews, que ha sido consultora de la Organización de la Aviación Civil Internacional (OACI), “los problemas lingüísticos en la aviación no se investigan con el mismo grado de rigor sistemático y experto con el que se consideran otros factores humanos y operacionales”.

Una estadística funesta

Según Dominique Estival, investigadora lingüística de la Universidad del Oeste de Sídney, desde 1976 se han producido al menos diez accidentes de aviación con un saldo de 2.100 muertes, todas causadas por errores de lenguaje.

Uno de ellos sucedió en 1990: el vuelo 52 de Avianca, que desde Bogotá estaba llegando a Nueva York, se encontraba con poco combustible. Además se encontraba en un patrón de espera por las malas condiciones climáticas, pero los pilotos nunca dijeron la palabra “emergencia” para que su aterrizaje tenga máxima prioridad. El avión cayó en la costa norte de Long Island y murieron 65 pasajeros y ocho tripulantes.

El 8 de octubre de 2001, un Cessna Citation CJ2 chocó contra un McDonnell Douglas MD-87 en el aeropuerto de Linate, Milán. Murieron 114 personas en los aviones y cuatro trabajadores en tierra, y según las investigaciones, el lenguaje cruzado entre controladores y pilotos –con numerosos saltos del italiano al inglés- estaban lejos de los parámetros de seguridad del OACI.

Inclusive el mayor accidente aéreo en la historia, el choque entre un 747 de KLM y un Jumbo de Pan Am, en Tenerife en 1977, fue en parte por el malentendido de varias órdenes. Entre ellas, el anuncio del piloto holandés que estaba «at take off» (en despegue), o sea que en proceso de despegar, mientras que la torre de control interpretó que se estaba preparando para la maniobra. En la torre dijeron «OK» pero luego advirtieron que esperara para salir. Pero ya era tarde, las interferencias anularon la recepción y se produjo la colisión que causó 583 muertes.

No siempre el inglés es igual

Estival, autora del libro Aviation English: A Lingua Franca for Pilots and Air Traffic Controllers (Inglés para la aviación: una lingua franca para pilotos y controladores de tráfico aéreo) asegura que uno de los problemas es que muchos angloparlantes no usan el lenguaje de inglés estándar y caen en expresiones coloquiales que pueden inducir a errores.

Un informe de la CAA (Autoridad de Aviación Civil del Reino Unido) precisa que los pilotos y controladores deberían realizar exámenes periódicos de inglés como los que no son angloparlantes. Muchas veces los errores se cometen porque quien tiene al inglés como primera lengua habla demasiado rápido, o usan términos y entonaciones que no son las recomendadas por la OACI. Por ejemplo, para evitar la confusión sonora entre five y nine (cinco y nueve) este organismo exige que se vocalicen como fife y niner.

Este informe precisa que mientras que los pilotos no angloparlantes tienen que acreditar un Nivel Cuatro de inglés en la escala de la OACI, pero los que provienen de Gran Bretaña, Irlanda, EEUU o Australia –entre otros- cuentan con un Nivel Seis pero sin dar un examen previo.

El objetivo es reforzar los controles en el aspecto lingüístico, y lograr que el inglés de las comunicaciones sea una lengua distinta al idioma de Shakespeare, en el sentido de que cambia la entonación y el significado de muchas palabras para un mejor control de la seguridad.

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