¿Son capaces los pilotos de oír los aplausos de los pasajeros al aterrizar?

El Capitán Joe desvela las reacciones del gremio ante esta costumbre que divide a los turistas que suben a un avión alrededor del mundo

Hay dos tipos de personas en el mundo: las que no les importa lanzar un sonoro aplauso tras un «emocionante» aterrizaje en avión y las que aborrecen y consideran que es absolutamente ridículo hacerlo.

Independientemente de si es porque unos son tal vez primerizos e impresionables y otros quizá un poco huraños y amargados, la cuestión también podría ser: ¿realmente los pilotos pueden llegar a oír esos aplausos? Y, es más, ¿les importan?

La respuesta, tal y como explica el Capitán Joe es que sí, a veces pueden llegar a escuchar la ovación, y que sí, les encanta. Personalmente dice que le resulta simpática y un poco extraña la pregunta porque considera que aterrizar bien es simplemente parte del trabajo: ¿acaso la gente aplaude cuando la cajera del supermercado ha terminado de escanear los códigos de barras?

Técnicamente los mayores problemas para apreciar el gesto de los pasajeros son que los aterrizajes suelen ser muy ruidosos (sobre todo si utilizan los motores en reversa) y que además la cabina de los pilotos está muy aislada (por una puerta y una pared de varios centímetros). Añádase además que, como bien explica, pueden llevar puestos los auriculares y se verá la dificultad. También entra un curioso factor en juego: el piloto puede estar mentalmente en «modo aterrizaje seguro», mentalmente superconcentrado y sin prestar atención a nada que no sean la pista, los instrumentos y los aviones que andan rodando por ahí.

Aun así el capitán confirma que los aplausos:
– De vez en cuando se oyen
– Son proporcionales a la suavidad del aterrizaje
– También son mayores cuanto más «largo y movido» haya sido el vuelo y que, por supuesto, tanto ellos como toda la tripulación los agradecen. Así que esto es un poco como cuando termina una película en el cine: que el que quiera aplauda y el que no, pues nada. Algo así como sonreírle a la cajera que nos atiende en el supermercado.  

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