Tren de té: un viaje al corazón del antiguo Ceilán

Entre Ella y Kandy y a través de exuberantes plantaciones de té transcurre uno de los trazados ferroviarios más hermosos del mundo

Marco Polo, uno de los primeros viajeros de la historia, en su visita a Ceilán allá por 1265, describió el lugar como “la mejor isla de su tamaño en todo el mundo”. Hoy, cualquiera que atraviese el corazón de la actual Sri Lanka a bordo del tren del té, queda igual de cautivado por esta perla del Índico.

Una isla en forma de lágrima que parece haberse desgarrado del extremo sur de la India; una increíble mezcla de tradición, cultura, naturaleza y personas sencillas, siempre sonrientes; espectaculares playas vírgenes, donde los pescadores locales todavía emplean métodos rudimentarios en su oficio; una tupida jungla; colinas verdes… Sri Lanka es un territorio de asombrosa belleza que ofrece múltiples posibilidades de ser descubierto en ferrocarril.

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Nuestro particular recorrido transcurre desde Ella hasta Kandy -o al revés- y se considera uno de los viajes ferroviarios más hermosos del mundo. Dura apenas unas seis horas pero nos introduce en fascinantes paisajes teñidos de verde intenso salpicados de exuberantes plantaciones de té y vistas de la montaña.

Ella, cuna del trekking

El viaje comienza en Ella, un bonito pueblo de las Tierras Altas enclavado a 1.040 m de altitud. Una calle trufada de restaurantes y tiendas para turistas marca el centro de la localidad, el resto lo conforman casas diseminadas y algunos hoteles.

Los viajeros llegan -además de para tomar el tren- atraídos por la belleza de los senderos cercanos donde practicar trekking. El más famoso de ellos conduce a Ella’s Rock, senda de unos 10 km que discurre entre las vías del tren, plantaciones de té e impresionantes cascadas hasta llegar al mirador de Hill Country, el más alto del lugar.

Puente de los Nueve Arcos. Foto Turismo Sri Lanka.

Puente de los Nueve Arcos. Foto: Turismo Sri Lanka.

Little Adam’s Peak es otra de las excursiones estrella, una ruta de unas dos horas de duración que serpentea por los campos de té y las montañas subiendo 327 escalones hasta llegar a una cima desde la que se disfruta de unas vistas privilegiadas. Comparte un trozo de su recorrido con uno de los enclaves más destacados de la vía férrea, el puente de los Nueve Arcos.

Este espectacular viaducto está en dirección Badulla, a unos 3 km de la Ella, pero nuestro tren sale en dirección contraria por lo que, si queremos visitarlo, deberemos realizar la caminata, subirnos al primer tren que pase dirección Demodara, o bien ir y volver en un tuc tuc, el taxi local.

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Y es que cualquier opción merece la pena para descubrir este puente que se alza con orgullo sobre una exuberante garganta a las afueras de Ella. Llamarlo pintoresco sería quedarse corto, en especial en un día brumoso cuando las nubes atraviesan el valle y el tren pasa lentamente sobre él, creando una escena casi mística.

Los cingaleses lo conocen con el sobrenombre de “puente en el cielo” y es uno de los mejores ejemplos de arquitectura ferroviaria colonial en Sri Lanka. Se cree que los trabajos de construcción coincidieron con el inicio de la Primera Guerra Mundial. En esa época, todo el acero disponible se destinaba a la industria bélica y el puente tuvo que ser acabado con ladrillos de piedra y cemento.

Puente de Ella. Foto Turismo Sri Lanka.

Puente de Ella. Foto: Turismo Sri Lanka.

Tren número 1016

Aunque la línea completa comienza en Badulla y acaba en Colombo, nuestro recorrido se centra en el tramo de Ella a Kandy, el más impresionante y que además conecta con dos núcleos turísticos importantes en el país.

El tren número 1016 llega puntual a las 6.40 h de la mañana. En un minuto subimos todos a bordo. Las plantaciones de té mojadas todavía por el rocío, las cascadas, las montañas onduladas, las nubes y la niebla matutina dibujan un perfecto escenario de película que se vislumbra desde la ventanilla.

El tren circula despacio, rara vez sobrepasa los 50 km/h. Las casas con techumbres de hojalata van desapareciendo y nos internamos en un paisaje más agreste. Unas 22 estaciones nos separan de nuestro destino final y en cada una de ellas el tren para apenas uno o dos minutos, tiempo que muchos vendedores ambulantes aprovechan para ofrecer canastas repletas de frutas y productos fritos.

El epicentro del té

Una hora más tarde llegamos a Haputale. La ciudad en sí misma no es gran cosa; polvorienta y envuelta siempre en un tráfico intenso, cuenta sin embargo con la ventaja de ser la puerta de entrada al Parque Nacional Horton Plains y a la meca del té, la mítica fábrica de Lipton.

Lipton's Seat. Foto: Yasasi Rajapakse | Unsplash.

Lipton’s Seat. Foto: Yasasi Rajapakse | Unsplash.

En el siglo XIX, Sri Lanka se convirtió en el principal productor de té y uno de los promotores fue el empresario Sir Thomas Lipton. Este comerciante y visionario escocés, dueño de una gran cadena de tiendas de comestibles en Inglaterra, tuvo la idea de incorporar a bajo precio este producto para popularizar su consumo entre la clase obrera. Para asegurar el suministro de sus tiendas, adquirió sus propias plantaciones y fundó la famosa marca de té que hoy conocemos. Además, y para hacer aún más fácil su preparación, inventó las bolsitas de té.

Lipton’s Seat es el punto exacto en el que el magnate solía sentarse a contemplar su vasta plantación y, de paso, deleitarse saboreando el mejor té del mundo. En la fábrica, que admite visitas, muestran el proceso de fabricación, desde la recolección a la exportación, pasando por el filtrado de las hojas y el procesamiento. En los campos cercanos mujeres ataviadas con coloridos vestidos recolectan manualmente las hojas.

Recuerdos de la campiña inglesa

Nanu Oya es la estación número 12 desde que partimos a primera hora de la mañana de Ella y ya han pasado más de dos horas y media de recorrido. Aquí el tren se detiene más de cinco minutos. Su importancia radica en que es la estación más próxima a Nuwara Eliya, conocida como ‘Little England’ y ubicada a unos 8 km de aquí.

La localidad, de estética colonial y aires de campiña inglesa, cuenta con casitas de estilo Tudor con techos a dos aguas y jardines bien cuidados en los que florecen rosales entre rocas cubiertas de musgo. Antaño fue el lugar elegido por los emprendedores británicos de la industria del té y sus familias para asentarse.

EstacioÌn de Nuwara Eliya. Foto Rowan Heuvel Unsplash

EstacioÌn de Nuwara Eliya. Foto: Rowan Heuvel | Unsplash.

El té sigue siendo el motor principal de la región. Sus colinas continúan dominadas por el verde de sus arbustos. Si quedan ganas de conocer más detalles, la fábrica de Mackwoods Labookellie es la más importante. Fue fundada por el capitán de la marina británica Sir William Mackwood en 1841 y, en la actualidad, sus plantaciones ocupan unas 11.000 hectáreas. Una visita de 45 minutos es suficiente para hacerse una idea de su funcionamiento.

Subida a Adam’s Peak

La localidad de Hatton está a una hora exacta antes de llegar a Kandy. Es la puerta de entrada para la mayoría de los viajeros que se dirigen a Adam’s Peak, una de las vistas naturales más impresionantes de Sri Lanka, así como un destacado lugar de peregrinación.

Se trata de un lugar venerado por budistas, hindúes, musulmanes y cristianos; tanto es así que la mayoría de los habitantes del país realizan como mínimo una vez en su vida la peregrinación a la cumbre.

Adam’s Peak se eleva como una pirámide poderosa y escarpada en el paisaje. Para llegar al templo sagrado es necesario subir sus 5.200 escalones. Cuentan que en el interior del templo se encuentra la huella del pie del mismísimo Buda, Sidharta Gautama, en uno de sus viajes que le llevó hasta Sri Lanka.

La caminata suele hacerse de noche para evitar el calor sofocante: tres horas subiendo sin parar con la recompensa, si las nubes lo permiten, de un amanecer glorioso con vistas inigualables.

Adams Peak. Foto Getty Images.

Adam’s Peak. Foto: Getty Images.

Kandy, parada final

A las 13.00 horas, solo 20 minutos después de la hora prevista, el tren entra en la estación de Kandy.

Rodeada de montañas y al abrigo de los verdes campos de té, Kandy se presenta como una urbe a medio camino entre la tradición budista y el espíritu colonial, impreso por el legado inglés. De esta época todavía quedan en pie muchos de sus edificios, hoy menos lustrosos que entonces, pero igualmente cautivadores.

Fue capital del último reino cingalés, que duró tres siglos, antes de ser derrotado en 1815 por los británicos. Precisamente, una de las últimas hazañas del monarca Sri Wickrama Rajasinh en 1807 fue la construcción del lago artificial de más de 3 km de perímetro que rodea la ciudad.

Alquilar un bote para navegar por sus tranquilas aguas, pasear por la avenida principal, repleta de actividad, acudir al mercado local o visitar el Templo del Diente de Buda, el más conocido y venerado del país, pueden ser el colofón perfecto a este recorrido en tren envuelto en el aroma del mejor té del mundo.

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