Cómo dos erupciones volcánicas cambiaron la historia de la pintura

Las explosiones del Tambora en 1815 y del Krakatoa en 1883 y influenciaron en Turner, Munch y otros artistas del siglo XIX

Miren con atención El grito de Edvuard Munch. No a la figura aterrorizada, sino al fondo, al cielo de franjas amarillas y naranjas. ¿Ese cielo es una licencia artística del atardecer, o es que había un fenómeno atmosférico causado por una terrible erupción volcánica?

En 1892, un año antes de que pintara su cuadro más famoso, el artista noruego escribió en su diario lo que vio una tarde en Oslo: “De repente el cielo se tiñó de rojo. Había sangre y lenguas de fuego sobre el azul y negro del fiordo y la ciudad. Mis amigos se fueron y me quede solo, temblando de ansiedad. Sentí un gran e interminable grito atravesando la naturaleza”.

El volcán más furioso

Según una investigación de los astrónomos de la Universidad A&M de Texas Donald Olson, Russell Doescher y Marilynn Olson publicada en 2003 en Sky and Telescope, ese cielo que observó Munch era la consecuencia de la mayor erupción volcánica que se tenga registro, la del Krakatoa.

La explosión del volcán Krakatoa tiñó al cielo de Oslo de rojo una década después, como se ve en la obra El Grito de Edvuard Munch

The Scream by Edvard Munch, 1893   Nasjonalgalleriet

‘El grito’, la obra más famosa de Edvard Munch. Foto: Wikipedia

En mayo de 1883 ese volcán de la actual Indonesia entró en erupción hasta que el 27 de agosto explotó con una furia inusitada. El sonido se escuchó a más de 5.000 kilómetros de distancia, dos tercios de la isla voló por los aires y 36.000 personas murieron por la lava, la lluvia de piedras y los tsunamis.

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Una cantidad incalculable de ceniza se esparció por la atmósfera y llegó a todos los puntos del planeta. Y no desaparecerían hasta muchos años más tarde, como lo confirmó Munch en su diario una década después.

La influencia del cielo rojo

Muchas veces los cielos se tiñen de rosa, naranja y carmesí al amanecer y el atardecer, cuando las nubes reflejan los rayos del sol, una postal idílica buscada para Instagram por los cazadores de imágenes.

Ese mismo fenómens lo produjeron durante años las cenizas del Krakatoa esparcidas por todo el mundo. Y fue la fuente de inspiración para el cuadro de Munch.

Bosquejo del cielo despueÌs de la erupcion del Krakatoa

‘Bosquejo del cielo despueÌs de la erupción del Krakatoa’, de William Ascroft.

Pero el noruego no fue el único artista influenciado por ese cataclismo natural. El británico William Ascroft pintó más de 500 cuadros tratando de capturar esos 15 minutos posteriores al atardecer en que el cielo se convierte en una bóveda roja. En Canadá, Frederic Edwin Church se instaló en Ontario para producir la mayor cantidad de obras posibles con ese fenómeno.

Pero uno de los más importantes fue Eduard Pechuël-Loesche, y no tanto por su calidad artística (que tenía su mérito) sino por su contribución a la ciencia.

Este naturalista, geógrafo, explorador y pintor, con la técnica de la acuarela, ilustró un tratado científico firmado por el físico alemán Johann Kiessling sobre los efectos ópticos observados tras la erupción del Krakatoa; que aportó una claridad divulgativa más precisa que el texto escrito.

Una de las obras del pintor y naturalista Peschel, en 1884

Una de las obras del pintor y naturalista Eduard Pechuël-Loesche, en 1884

El arte en los años volcánicos

En el 2007 otra investigación de Christos Zerefos, de la Academia de Atenas, analizó cientos de obras de arte producidas entre 1500 y el 2000 en coincidencia con 54 grandes erupciones, entre ellas las de Krakatoa.

La pintura de Turner fue influenciada por el velo de cenizas que recubrió el planeta tras el estallido del volcán Tambora

La conclusión a la que llegaron es que en los ‘años volcánicos’ (el del estallido y los tres posteriores) las pinturas suelen usar más los colores rojo y naranja en los atardeceres.  Y esa tendencia iba más allá del estilo del artista o la composición de la obra.

El año sin verano

Uno de ellos es Joseph Mallord William Turner. Su serie Cielos, 65 cuadros producidos entre 1816 y 1818, refleja cómo se veía la bóveda celeste en el llamado “año sin verano” y los dos siguientes.

'Estudio del cielo', de Turner, pintado entre 1816 y 1818. Foto Tate Gallery

‘Estudio del cielo’, de Turner, pintado entre 1816 y 1818. Foto Tate Gallery

En 1815 otro volcán de Indonesia, el Tambora, protagonizó la que se conoció como la mayor erupción en 500 años (hasta que llegó la del Krakatoa). Más de 92.000 personas murieron y la expulsión de 1.000 km3 de cenizas hizo descender las temperaturas de planeta 0,7 grados.

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Las cenizas crearon un velo en suspensión que Turner reflejó en sus obras, creando una técnica difusa de la luz, con los tonos oscuros del mar y la tierra que se confunden con los colores del sol o el cielo, en una estética de melancolía que sería su sello de identidad artístico.

La caída de las temperaturas expandieron la hambruna en Europa y generaron fenómenos como tormentas más fuertes y frecuentes que de costumbre.

En una de ellas, en 1816, Mary Wollstonecraft Shelley, su marido y unos amigos quedaron bloqueados en la residencia de Lord Byron en las afueras de Ginebra. Aquella noche de viento y relámpagos le inspiraron a crear la historia del científico Víctor Frankestein que devolvía la vida a un cadáver. Pero esa es otra historia.

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