‘De Gaulle’: el instante más oscuro de Francia

Este viernes se estrena 'De Gaulle', de cuando el general francés llamó a la resistencia desde radio Londres

En el año del 50 aniversario de la muerte de Charles De Gaulle llega, por fin, el primer biopic cinematográfico dedicado a su alargada figura. Pero más que una biografía al uso, la película se centra en las tribulaciones que le llevaron a su exilio londinense, desde la ofensiva alemana a su célebre alocución radiofónica del 18 de junio de 1940, que asentó las bases de la denominada Francia libre, destinada a salvar el honor, entre otras cosas, de un país librado a los nazis. Es decir, apenas un mes de sus 79 años de existencia.

Lambert Wilson, que ya había sido Jacques Cousteau en 2016, asume la misión de encarnar al primer gran De Gaulle del cine con tanta rigidez como convicción, completamente habitado por el personaje, cosa que se celebra, ya que, al contrario que Winston Churchill, que ha tenido infinitos rostros en el cine y la televisión (como los de Gary Oldman, Brian Cox, Michael Gambon, o sin ir más lejos Tim Hudson, que aquí ofrece en De Gaulle su versión más sonrosada), el general apenas había sido representado en la gran pantalla.

En ¿Arde París? (1966), un gran fresco de la Resistencia para el que René Clément convocó a un variado elenco de estrellas internacionales, el director francés no tuvo reparos en otorgar a Billy Frick el ingrato rol de Hitler. Pero, para De Gaulle, prefirió recurrir a imágenes de archivo, una práctica habitual en las numerosas películas bélicas producidas después de la guerra. Y lo explicó así: “Puedo encarnar al Diablo, pero no puedo representar a Dios”.

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Para los franceses, De Gaulle era Dios

Tal era el nivel de sacralización. El actor Adrien Cayla-Legrand le dio por ejemplo vida en hasta cuatro películas, como en las muy notorias El ejército de las sombras (Jean-Pierre Melville, 1969) o Chacal (Fred Zinnemann, 1973), pero siempre de manera muy fugaz. La cámara nunca osaba detenerse en el salvador de Francia, maestro de la historia y magnífico hombre de letras respetado hasta por sus enemigos, que presidió la República durante una década.

No fue hasta la llegada del nuevo milenio cuando se sucedieron hasta tres producciones televisivas, prácticamente de consumo interno, centradas en diversas etapas de su carrera, desde Le grand Charles (2005) a Adieu de Gaulle, adieu (2009), que recordaba su ocaso, cuando, superado por los acontecimientos de Mayo 68, acabó despidiéndose del poder y falleciendo en 1970, en su refugio de Colombay-les-Deux-Églises, que es donde precisamente arranca el biopic dirigido por el muy profesional Gabriel Le Bomin.

Francia le debía una película, y al final se la ha dado, venciendo en ese pudor desconocido por los anglosajones. Una película de corte clasicón, pero bien hecha, que acaso peca de dilapidar metraje en el empeño de mostrar su lado humano, el amor que le profesaba a los suyos, y en particular a su hija Anne, que nació con síndrome de Down. Nada demasiado relevante, ya que (casi) todos los padres adoran a sus hijas. Lo contrario no tiene nombre.

Cómo se hizo la llamada del 18 de junio

Lo interesante, aunque sobradamente conocido, no es su vida familiar, sino el resto: un crescendo épico que va desde el campo de batalla, donde trata inútilmente de detener la invasión alemana, a su llamada la resistencia a través de las ondas de la BBC, ese periodo tan decisivo que se prolongaría hasta 1942 y que él mismo, en sus muy celebradas Memorias de guerra (La Esfera de los Libros), bautizó como El llamamiento. Luego ya vendría La unidad, y finalmente La salvación.

Francia, en efecto, se había dormido en los laureles, ajena a la llegada de la guerra moderna, motorizada, veloz, dinámica, tan distinta a las posiciones defensivas de antaño. El propio De Gaulle se había hartado de advertirlo, en numerosos escritos, que tal y como comenta irónicamente en sus memorias habían encontrado mejores lectores al otro lado de la frontera alemana.

De Gaulle
 

Asumida la caída de París, De Gaulle luchó para que el gobierno de un inseguro y cambiante Paul Reynaud, primer ministro interpretado por Olivier Gourmet en el film, se decantara por proseguir la guerra desde el resto del vasto imperio, de África a Indochina, poniendo la armada al servicio de la causa. Pero las intrigas hicieron que la balanza se decantara del lado del Mariscal Pétain y los suyos, la vieja guardia de la Primera Guerra Mundial, que no tuvo problemas, como es bien sabido, en sintonizar con la doctrina antisemita nazi, que De Gaulle detestaba.

Un armisticio de lo más popular

Tiene su lógica que el pueblo respirara aliviado por el fin de las hostilidades, quizás no tanta que ninguna personalidad pública alzara su voz contra el pacto con los alemanes. En cualquier caso, De Gaulle optó por huir a Londres, sintiéndose, como escribiría después, “solo y desprovisto de todo, como un hombre a la orilla de un océano decidido a cruzarlo a nado” (…) “No me respaldaba fuerza ni organización alguna. En Francia, no tenía ningún crédito, ni notoriedad. En el extranjero, ni crédito ni justificación. Pero fue esa misma carencia la que trazó mi línea de conducta. Podía conseguir autoridad abrazando sin escatimar nada la causa de la salvación nacional”.

Aquel discurso radiado, al que seguirían muchos otros, siempre con “la emocionante sensación de oficiar una especie de sacerdocio para los millones de oyentes que me escuchaban con angustia en medio de horribles interferencias”, es el clímax de la película, y también el principio de todo. Un principio que no fue nada fácil para un militar de carrera tachado de traidor, que no reclutó a demasiados altos mandos, y que casi era visto como un estorbo por sus anfitriones británicos.

Pero poco a poco fue sumando esfuerzos. Recuperó todo el material que pudo, contribuyendo al rearme británico, tras el desastre de Dunkerque; reunió cuantas tropas, barcos y aviones pudo; instigó levantamientos contra el gobierno de Vichy en algunas colonias, como las de África Central, y centralizó el mando de la famosa Resistencia interna.

Una escena de la cinta De Gaulle

Una escena de la cinta De Gaulle.

Gracias a De Gaulle…

Gracias a esa férrea voluntad de encarnar la legítima Francia, De Gaulle se ganó el reconocimiento de las potencias aliadas, en detrimento de Vichy, y acabó desfilando por los Campos Elíseos, logrando sobre todo que el país recuperara su antigua hegemonía, sin pasar por la humillación de verse como una nación de ex colaboracionistas bajo control aliado, como ocurriría en Alemania o Japón. Quién sabe si, de no ser por De Gaulle, Francia seguiría teniendo la misma fisionomía que todavía conserva hoy en día.

Gracias a De Gaulle, los oscuros años de Laval y Pétain, marcados por el colaboracionismo activo, incluida la deportación de judíos para su posterior exterminio, no fueron más que un paréntesis. El problema, quizás, es que ese ominoso paréntesis sigue ahí, enquistado, pues Francia realmente nunca se ha atrevido a mirarle a los ojos. No es difícil encontrar en aquellos tiempos aciagos un reflejo de nuestro presente, la película no hace nada para evitarlo.

Estreno: 20 de noviembre.

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