‘Dersu Uzala’: Aventura y ‘bromance’ en la taiga siberiana

Llega a los cines, en el 45º aniversario de su estreno, la mayúscula y oscarizada 'Dersu Uzala' de Akira Kurosawa, un canto a la amistad y a la naturaleza

En el umbral del siglo XX, los rusos sabían más de los indios norteamericanos que de los habitantes de los confines de su imperio, y en particular de los del territorio de Ussuri, en el extremo oriental de Siberia, una región salvaje, equivalente en extensión a la mitad de España, de la que el explorador Vladímir Arséniev trajo una hermosa historia de amistad, que Akira Kurosawa convirtió en una de sus grandes obras maestras.

La grandeza del emperador

Al final de su vida, Kurosawa era conocido como el emperador. Pero sus compatriotas tardaron demasiado tiempo en tratarle con el debido respeto.

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A pesar de haber puesto el cine japonés en el mapa occidental con el triunfo en la Mostra de Venecia y en los Oscar de Rashomon (1951), en su país les parecía que bien no era lo suficientemente japonés, bien no lo suficientemente radical, en contraste con los más jóvenes directores de la nueva ola nipona, encabezada por Shohei Imamura o Nagisa Oshima.

Hasta tal punto que, un año después del fracaso de la excéntrica Dodes’ka-den (1970), su primera incursión en el color, intentó suicidarse.

Los soviéticos rescataron a un Kurosawa atrapado por la depresión tras el fracaso de Dodes’ka-den

Fueron los soviéticos quienes acudieron al rescate. Kurosawa ya había adaptado a Gorki (Los bajos fondos) y a Dostoieveski (El idiota), era un gran amante de literatura rusa, y había leído los libros en los que Arséniev relataba sus expediciones por el territorio de Ussuri (publicados en España por Akal), que el propio Gorki alabó en su día como “una mezcla de Brehm –famoso zoólogo y explorador alemán– y Fenimore Cooper –autor del clásico de aventuras El último mohicano–, lo que no es poco decir”.

Arséniev, uno de los sueños de Kurosawa

Kurosawa llevaba en efecto años soñando con adaptar a Arséniev. Pero nunca imaginó que podría llegar a hacerlo en el mismo territorio de Ussuri, disponiendo de varios meses para captar los cambios de las estaciones, y gozando de total libertad creativa.


Tráiler de Dersu Uzala

Los rusos acabaron algo nerviosos, ya que el maestro apenas les daba noticias de cómo andaban las cosas. Pero la película acabó presentándose a bombo y platillo en el Festival de Moscú, y terminó llevándose el Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera.

No era raro que, a pesar de la gélidez de las relaciones rusoamericanas, los primeros presentaran sus películas a la Academia de Hollywood. De hecho, no dejaron nunca de hacerlo, y antes de la llegada del deshielo lo ganaron en otras dos ocasiones, con una monumental adaptación de Guerra y paz en cuatro partes en 1968, y con Moscú no cree en las lágrimas en 1980, una película que hizo que Ronald Reagan borrara la expresión Imperio del Mal de su extenso vocabulario.

Un clásico vigente

Dersu Uzala nació como un clásico instantáneo, y se mantiene como tal a un lustro de cumplir medio siglo. No hay más que contemplarla, a lo largo de sus 142 minutos, divididos en dos partes, en sintonía con los dos libros autobiográficos de Arséniev.

Su belleza permanece imperturbable, tanto en lo que atañe a los paisajes fotografiados por Asakazu Nakai, un fijo en la troupe de Kurosawa, como en el conmovedor retrato de la amistad entre Arséniev, interpretado por el actor ruso Yuriy Solomin y el veterano cazador al que da vida un inexperimentado Maksim Munzuk, que Kurosawa impuso a los productores, para hacer más auténtico el filme.

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Póster de la reedición de ‘Dersu Uzala’.

Si se gira, es que me quiere

Sucede al final de la primera parte, cuando el ruso, acompañado por un par de sus hombres, emprende el camino por la vía férrea (la del Transiberiano), y deja atrás al cazador, que siempre ha vivido en la taiga.

Arséniev se gira con el corazón en un puño, y sus acompañantes dejan de cantar. En la lejanía, el orondo gold –una minoría étnica de la región– también se gira, y le grita «¡Capitán!» a modo de emocionante despedida.

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Desde el primer encuentro de Arséniev y Uzala, que se produce en una primera expedición a lo largo de los ríos Tzimu-Khé y Lefu, lo que ocurre entre ambos es amor a primera vista. Un auténtico bromance, ya saben esa modalidad de amistad masculina, que no tiene nada que ver con el sexo.

Al etnógrafo y topógrafo ruso le fascina tanto la naturaleza salvaje como la generosidad del carácter de Uzala, que también le coge cariño enseguida, provocando las burlas no mal intencionadas del resto del destacamento.

Es el humanismo característico de Kurosawa, que atraviesa, de una manera o de otra, toda su filmografía. Aquí, Arséniev representa al hombre angustiado de la ciudad, en estado de búsqueda permanente, mientras que Uzala es el reflejo de un estado de plenitud, armonía y pureza, que fascina al explorador.

Dersu Uzala

Yuriy Solomin y Maksim Munzuk, en una escena del film de Kurosawa.

Nada será tan sencillo, porque incluso en la taiga, donde Uzala adora al sol, habla de los animales como si fueran gente, y trata a un tigre como a un ser sagrado, todo tiene también su inexorable reverso oscuro.

El mapa y el territorio

El tópico es más certero que nunca: el paisaje es incluso más que un personaje más. Arséniev recorrió, a lo largo de 20 años, este territorio que bordea con Mongolia y China, y termina en el mar de Japón, para cartografiarlo, y la película empieza donde acaba el libro, con el regreso de Arséniev a la tumba de Uzala, alrededor de la cual todo ha cambiado. Han desaparecido los árboles, y la colonización se ha acelerado, para explotar recursos y frenar invasores.

Dersu Uzala es la evocación de los últimos estertores de un mundo que muy pronto dejó de ser.

Asakazu Nakai no sólo capta la belleza natural de los paisajes a lo largo de las estaciones, sino que también los convierte por momentos en postales abstractas, a merced de los elementos, como cuando sopla aquel terrible viento, en la mítica escena en la que Uzala construye un refugio exprés para evitar que la mortal noche se les eche encima. No es la única ocasión en la que evita que los elementos acaben con ellos.  

Dersu Uzala es la evocación de los últimos estertores de un mundo que muy pronto dejó de ser.

A su valor artístico, humano y etnográfico, también hay que sumar el rico mapa de los sonidos recogidos por Olga Burkova que, mezclados con la música de prominente compositor ruso Isaac Schwarts, hace de Dersu Uzala una película que también puede disfrutarse con los ojos cerrados, como un sueño de Kurosawa.

De hecho, justo antes de su primer encuentro con el cazador, Arséniev está a punto de quedarse dormido en un entorno onírico, pesadillesco, de árboles teñidos de rojo por el fuego y recortados en la negra oscuridad de la noche, que compara a la Noche de Walpurgis.

Uzala será su despertar a una nueva forma de comprender el mundo que le rodea. Su reestreno será el 10 de julio.

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