‘Rompenieves’ llega a Netflix: el tren del fin del mundo

El mítico tren que surcaba la Tierra helada en un cómic de culto, llevado al cine por Bong Joon-ho ('Parásitos'), hace parada en Netflix convertido en serie

Viajar en tren es medicina para el alma. Aunque también puede ser justo lo contrario: un mal viaje. En la historia del cine, como en la de los parques de atracciones, abundan los trenes de la bruja, desde Pánico en el Transiberiano (1972), un hito del fantaterror patrio dirigido por Eugenio Martín, a la cinta surcoreana Train to Busan (2016), cuyo éxito vino allanado por el arrollador paso del Rompenieves (Snowpiercer), del no menos surcoreano Bong Joon-ho, director de Parásitos.

No resulta difícil adivinar qué llevó a Bong a adaptar en 2013 el cómic francés surgido de la imaginación del fallecido Jacques Lob, una serie inaugurada a principios de los 80 y proseguida, junto a otros guionistas, por su dibujante Jean-Marc Rochette (un sexto volumen verá la luz en Francia el 3 de junio). Además del amor de Bong por la ciencia-ficción, el terror y los cómics, está también su constante preocupación por la llamada lucha de clases.

Si ‘Parásitos’ escenifica la desigualdad social verticalmente, ‘Rompenieves’ lo hace en horizontal: un tren con 1.001 vagones

Si en la oscarizada Parásitos (disponible en Movistar+ o Filmin), escenificó la desigualdad social verticalmente, con los pobres viviendo en un sótano mugriento y los ricos en una lujosa casa situada en la parte alta de Seúl, Rompenieves (Movistar+), para la que convocó un reparto internacional en el que brillaban Tilda Swinton, Chris Evans o John Hurt, entre otros, le permitió abordarla de manera horizontal.

Snowpiercer. Imagen: Netflix.
 

En los cómics, publicados en España por Norma Editorial, como en la película de Bong y en la serie de Netflix, las clases privilegiadas ocupan los primeros vagones, mientras que los más desfavorecidos, que se subieron en el último momento sin pagar billete, sobreviven apiñados en la cola. Son los últimos supervivientes de una humanidad barrida de la faz de la Tierra por sus propios excesos, que dejaron a la totalidad del planeta a temperaturas de 119 grados bajo cero.

El tren de los 1.001 vagones

Entre los ricos y los pobres del Rompenieves, hay todo un mundo, estratificado en primera, segunda y tercera clase, sin contar la cola, con sus zonas de ocio, sus jardines interiores y sus acuarios. Lo niños sueñan con llegar a ser maquinistas y cuando hay que jurar por algo se jura por el tren. Hablamos de un tren gigantesco, de 1.001 vagones, en el que hasta 3000 personas viajan rumbo a ninguna parte.

Cumpliendo la fantasía del movimiento perpetuo y desafiando las leyes de la termodinámica, el motor del Rompenieves no para nunca. Así, el tiempo no sólo se cuenta en años, sino también en circunvoluciones (vueltas al mundo). De hecho, la serie de 10 episodios arranca en un momento en el que los pasajeros llevan ya siete años, o 19 circunvoluciones, contando en un calendario paralelo al nuestro que arranca con la presunta glaciación global de 2014.

Las dos últimas entregas de los cómics funcionan como una precuela en la que se explica cómo se puso en marcha el tren: mientras el mundo se viene abajo, un millonario chino visionario, que recuerda inevitablemente al sudafricano Elon Musk, es el que construye el tren para escapar a su destino, acompañado de elegidos y polizones.

 

002. ROMPENIEVES PELIÌCULA

Chris Evans, Tilda Swinton y Octavia Spencer protagonizaron la adaptación al cine de adaptación de Bong Joon-ho.

 

Arca de Noé sobre raíles, Rompenieves trae a la memoria la nave del clásico de los 50 Cuando los mundos chocan, película de Rudolph Maté en la que un grupo de empresarios y científicos huía al planeta Zyra, el nuevo Edén, para crear una nueva civilización. Sólo que aquí, en principio, no hay ninguna estación llamada esperanza a la vista. 

En la película de Bong, Ed Harris prestaba sus rasgos al visionario empresario, rebautizado como Wilford, mientras que en la serie marca Netflix, Wilford permanece invisible, cual Gatsby que no participa en las fiestas de sus invitados.

A diferencia del cómic y la película, la serie adquiere la forma de cluedo ferroviario donde un pasajero de tercera debe resolver un asesinato que siembra la inquietud entre las clases privilegiadas

En nombre del millonario habla siempre una muy estirada Jennifer Connelly, la verdadera dictadora del convoy en el que el orden se mantiene con castigos ejemplares, como sacar el brazo del rebelde al exterior por un agujero, quedando este automáticamente convertido en un producto de La Sirena, listo para ser troceado a martillazos. Hay amputaciones, canibalismo, clubes de la lucha… los espectadores más delicados están avisados.

La serie, en la que Bong figura como productor ejecutivo, tuvo un desarrollo accidentado. Primero tomó los mandos Josh Friedman, que había participado en el guion de La Guerra de los Mundos de Spielberg, pero fue despedido por desavenencias con la plataforma. La responsabilidad del maquinista derivó entonces en Graeme Manson, que también tiene en su haber el libreto de otro hito de la ciencia-ficción: la no menos claustrofóbica Cube (Vincenzo Natali, 1997), aquella sobre una prisión en forma de cubo de Rubik.

Cluedo sobre raíles

La serie toma un desvío argumental respecto al resto de la saga. Como si se hubiera cruzado con el Orient Express de Agatha Christie, adquiere la forma de un cluedo ferroviario: un desarrapado de los que viven en la cola, y que fue inspector de policía antes de esta Nueva Normalidad helada, encarnado por el rapero afroamericano Daveed Diggs, es requerido, cual Poirot con rastas, para que acuda a los primeros vagones a fin de resolver un espantoso asesinato que siembra la inquietud entre las clases privilegiadas. En cinco capítulos, habrá resuelto el crimen, pero ya habrá visto demasiado, y lo hará todo para tumbar el orden establecido.

 

Si al lado de la película de Bong, que era un tren bala, la serie de Netflix puede dar la impresión de un regional que para en todas las estaciones, con esa dilatación argumental tan típica de la producción serial a la que nos hemos acostumbrado, también demuestra la vigencia del mito Rompenieves más de cuatro décadas después de que la idea germinara en el cerebro de Jacques Lob.

Aunque se gestó en un momento histórico totalmente diferente e ilustraba el pánico nuclear, ‘Rompenieves’ sigue hoy vigente. Y da pavor

Si en los 80 esta alegoría rodante ilustraba el pánico nuclear, y la película de Bong se estrenó un lustro después de Fukushima, el nuevo Rompenieves, cuya segunda temporada quedó en el aire por cortesía de la Covid-19, es la tormenta perfecta de todos nuestros miedos.

Rompenieves presenta una sociedad confinada, encerrada en un espacio privado de luz natural y sin demasiadas vistas a un mundo exterior que, de todos modos, resulta tan uniforme e impersonal como un salvapantallas de Alaska.

El orden fascistoide que impera en el tren sobre una mayoría de pobres (70% de los pasajeros entre tercera clase y la cola) nos recuerda esa sociedad extremadamente polarizada que tanto nos tememos, mientras que el desastre ecológico cada vez nos parece menos lejano en el horizonte. La experiencia pandémica ha cambiado nuestra relación con la ciencia-ficción. Lo que antes se contemplaba con cierta distancia, incluso irónica, ahora se percibe como inmediatamente plausible. Y da pavor.

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