¿Por qué la clase turista casi no ha cambiado en medio siglo?

El conservadurismo de los fabricantes de asientos y los estrechos márgenes de las aerolíneas explican la limitadísima innovación en el sector

La disrupción en el mundo de la aviación comercial no es un asunto sencillo. Hablamos de un sector que mueve millones, con un puñado de actores que dominan buena parte del tablero de juego y muchos intereses cruzados. Partiendo de esta base, resulta aun así llamativo la escasa o casi nula evolución que han vivido en los últimos años algunos de los elementos que integran un avión de pasajeros.

Por encima todos está, quizás, el tipo de asiento que abastece a la clase turista de las aerolíneas. Desde los años 60 sus variaciones han sido muy escasas, y se han encaminado a mejorar un aspecto fundamental de la aviación comercial: la seguridad. En cambio, los avances en la comodidad de los pasajeros –hablando siempre de la silla donde el pasajero realiza el vuelo, más allá de mejoras en el catering o en la oferta de ocio—brillan por su ausencia.

¿A qué se debe este nubarrón de innovación? En un reciente artículo la revista Skift señalaba varios puntos clave para entender este fenómeno. Para empezar, las aerolíneas entendieron hace tiempo que cada centímetro de una aeronave vale oro. Por tanto, decidieron aprovechar hasta el último milímetro del espacio dedicado a los clientes.

Esto dificulta en gran medida la capacidad de los fabricantes para ofrecer nuevas soluciones, apunta Nigel Goode, responsable de una empresa de diseño aeronáutico en Londres. “Hay un espacio muy limitado dedicado a la clase turista”, señala Goode.

Sin embargo este profesional carga también parte de la responsabilidad sobre las empresas que fabrican estos asientos. “Son compañías de ingeniería cuando necesitan ser fabricantes de mobiliario”, apunta. Para Goode, la preocupación principal de estas firmas es encontrar un asiento que pueda ser certificado por las autoridades de seguridad y que se pueda producir masivamente, con una dificultad limitada.

La preocupación de los fabricantes es encontrar un asiento seguro y fácil de producir

El asunto cambia, por supuesto, si hablamos de los asientos para clase business o primera. Aquí tanto fabricantes como aerolíneas encuentran motivos suficientes para emplearse a fondo en nuevos modelos de asiento, señalan los expertos. ¿El motivo? Su precio es mucho más elevado, pero las aerolíneas encargan cantidades más limitadas de este producto. Además, los márgenes se pueden cubrir con la diferencia de precio que las aerolíneas cargan a ambas tarifas.

Anthony Harcup, diseñador de Acumen –compañía que ha creado, entre otros productos, las nuevas plazas de clase business para United Airlines–, lo explica del siguiente modo: “La clase económica es un sector mucho más conservador y reacio al riesgo; por eso los cambios son mucho más graduales. Es difícil llegar así a una revolución en el sector. Tiene que haber un nuevo producto que marque una nueva referencia”.

«Tiene que haber un nuevo producto que marque una nueva referencia»

Dentro de este sequía imaginativa general, los especialistas coinciden en apuntar a un mismo producto como el más rompedor en las últimas dos décadas. Se trata del Skycouch, un asiento desarrollado en 2010 por Air New Zealand que transforma tres asientos de clase económica en una cama, más bien estrecha, pero que puede ser utilizada por dos adultos (o hasta dos adultos y un niño).

La aerolínea oceánica comercializa estas tres plazas de manera conjunta, habitualmente por un precio inferior al que suman tres asientos normales de clase económica. A pesar del aparente éxito de esta modalidad –Air New Zealand fue elegida en 2015 como la mejor compañía aérea del mundo—en seis años sólo la taiwanesa China Airlines ha incorporado este producto. Sorprendente cuanto menos (o quizás no tanto). 

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